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Malvinas 40 años

Contar Malvinas: veteranos de guerra buscan transmitir valores a las nuevas generaciones

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Esteban Tries combatió en las islas y recorre hoy la Argentina para dar charlas en escuelas, empresas y hasta en cárceles. Su misión es compartir herramientas que permitan enfrentar las pequeñas batallas de todos los días.

Malvinas es una herida abierta para 46 millones de argentinos. Después de más de 40 años de la guerra, las Islas surfean la grieta política y son la mayor causa de unidad en un país que busca traspasar a las nuevas generaciones todo el peso de la historia.

Los argentinos no solo viven del fútbol. La pasión es más que un balón redondo que acaricia una red. Se palpa en cualquier conversación política, en los bares y en las reuniones familiares. Discuten, se acaloran aún en pleno invierno y se pelean. Pero algo los une: esas islas ubicadas a menos de 400 kilómetros del continente donde hoy flamea una insignia británica.

Malvinas no es solo un nombre desparramado en un mapa. Es un símbolo, un puñal clavado en el corazón de su bandera. Pero es además el mayor orgullo de una lucha que no cesa.

Los argentinos lo repiten como un mantra. Las Islas Malvinas fueron, son y serán argentinas. Nadie duda. Desde pequeños, en la escuela, el reclamo por la soberanía de esas dos pequeñas islas del Atlántico Sur moldea la identidad nacional. Lo reiteran hasta que duela. Lo recitan las maestras, los trabajadores y “los pibes de Malvinas que jamás olvidaré”, esos veteranos de guerra que se adueñaron de la icónica canción que los hinchas albicelestes diseminaron por el Mundial de Qatar hasta convertirla en himno.

Hoy, esos mismos “pibes” tienen más de 60 años. Lucharon en una guerra absurda lanzada por una dictadura en retirada, con frío, mal vestidos y peor armados, contra una de las principales potencias del planeta. Después de décadas de silencio y abandono, ya no se esconden. Lucen orgullosos sus heridas, las que se ven y las que guardan en el alma. Muchos eligieron contar su historia y buscan trasladar a los más jóvenes todas sus vivencias. Pero también valores heredados de una lucha que ha marcado a fuego a una generación de argentinos.

Esteban Tries, un veterano que se esfuerza por transmitir valores

Malvinas no es la guerra. Malvinas es el futuro.

Esteban Tries tiene una misión en la vida. Cuarenta años después, como veterano del conflicto del Atlántico Sur, recorre escuelas, cárceles, instituciones y empresas con un objetivo claro: el de transmitir valores y la idea suprema de que el mundo es una gesta en común.

Desde hace seis años, viaja por toda la Argentina para dar su testimonio y su mensaje. En la mochila lleva su experiencia en combate, allá por 1982, cuando tenía apenas 20 años y la historia colgaba de sus hombros.

Pero la idea no es solo la de contar cómo fue esa guerra. Su misión es dar herramientas para que cada niño, adolescente o cualquier adulto aprenda valores que le ayuden a enfrentar, cada día, su propia batalla.

“Tardé 20 años en empezar a hablar de lo que había pasado. Me cerraba y no encontraba nadie a quien le interesara. Éramos ´los loquitos de la guerra´, los que mandó la dictadura a pelear, las víctimas. Pero nunca me sentí así”, cuenta Tries, de 62 años, sentado en un banco del Parque Chacabuco de la ciudad de Buenos Aires.

Tries hizo el servicio militar obligatorio en 1981 en el Regimiento Mecanizado de Infantería 3 de La Tablada, en la periferia oeste de la capital argentina.

La guerra le sorprendió cuando ya había finalizado su servicio. Entonces, el ejército lo reincorporó de urgencia. Debía ir a la batalla. El 11 de abril de 1982, nueve días después del desembarco de las tropas argentinas, llegó a las Islas Malvinas con un fusil en la mano.

Tries era un muchacho apenas salido de la escuela secundaria. Peleó junto a su unidad en la dura batalla del cerro Wireless Ridge, a 8 kilómetros de la capital, Puerto Argentino, el 13 y 14 de junio. Tras la rendición, fue tomado prisionero y trasladado al continente en el buque inglés Camberra.

Hoy, con dos hijos y un nieto, es docente del Instituto Superior de Seguridad Pública. Se especializa en el liderazgo de situaciones extremas. Pero además preside la Asociación Malvinas Educación y Valores, conformada por un grupo de veteranos de guerra que da charlas en escuelas, cárceles, instituciones y empresas de todo el país. A dónde los llamen, Tries y sus compañeros van, sin pedir nada a cambio, para transmitir sus vivencias y dejar marcas de futuro. Malvinas hoy abre nuevas esperanzas.

“Primero nos juntamos como soldados y empezamos a hacer catarsis. Entendimos que cada uno dio lo mejor de sí y nunca fue reconocido. Entonces llamamos al teniente Víctor Hugo Rodríguez, que fue nuestro guía en el combate, y le dijimos que queríamos hablar”, asegura.

La charla abrió un camino inesperado. Salieron a la luz valores como la solidaridad y el compañerismo vivido en una situación extrema, una lucha en la que el otro era el más importante y la batalla no era solo por ellos mismos, sino por todos los argentinos. Tries se emociona: “Los oficiales empezaron a acercarse y nos dimos cuenta de que fue una guerra de amor puro”.

El cambio fue radical. De pasar desapercibido, Tries se animó a contar. En el 30° aniversario de la guerra, hace 10 años, le hicieron una entrevista y pronto tuvo su propio programa de radio. Allí empezó a relatar la guerra desde su propia vivencia. Otros veteranos se animaron a hablar y a preguntarse por qué hubo tantas irregularidades y problemas de logística. La conclusión fue dura, pero simple: nadie está preparado para la guerra.

Un día, una maestra lo escuchó y lo invitó a dar una charla en su escuela. Ella se dio cuenta de que Malvinas era simplemente una mención en un plan de estudios, pero algo ajeno para esos chicos que enfrentaban sus propias guerras.

“Entendimos entonces que muchos de los alumnos de los barrios más carenciados iban a la escuela por su plato de comida y duramente golpeados por una realidad llena de penurias.Y empecé a pensar: ¿cómo le puede interesar Malvinas a un niño que tiene su propia batalla todos los días?”, señala.

La respuesta no tardó en llegar: había que transformar la experiencia de la guerra en los valores que cada veterano tenía incorporado y enseñar cómo aplicarlos en los momentos en que cada uno lo necesite.

La cadena se puso en marcha. Las llamadas empezaron a saturar su línea de teléfono. Cada vez más maestras le pedían repetir la charla en colegios primarios o secundarios desperdigados por todo el país. Pronto se sumaron universidades, empresas y hasta cárceles. Son charlas gratuitas que buscan generar un cambio y sentar las bases de un futuro mejor.

Las charlas se van adecuando según el público. “Una mañana hablamos para chicos de clase alta de un colegio de San Isidro, en la rica periferia norte de Buenos Aires. Tenían sus propios problemas. Nos contaban: ´mi papá nunca me da un abrazo´ o ´nunca está´. Les dijimos que aprendan a pedir ese abrazo. Por la tarde, fuimos a un escuela de una villa miseria. Allí tenían los mismos problemas, pero sin dinero: la ausencia de los padres. Me decían: ´mi papá está preso´ o ´siempre está borracho´. A todos les transmitimos valores, les decimos que el compañero es más importante que uno mismo y que la fe y la familia pueden ser nuestro mejor muro de contención. Los chicos enfrentan su propia guerra todos los días”, afirma.

Cada experiencia es distinta. Pero la complejidad aumenta con la edad del público. La palabra Patria se cuela en las charlas de los alumnos de 9 años, que cursan el cuarto grado de primaria, cuando se realiza en la Argentina la tradicional jura de la bandera.  

                                                                      

“Allí les explicamos que dentro de la bandera estamos todos. Prometemos fidelidad a nuestros compañeros, a la docente, al ordenanza. Ahí se empieza a entender qué es la Patria. La Patria es cuidar al otro”, dice Tries.

En la escuela secundaria todo se simplifica. La conversación es de igual a igual. Los veteranos les abren el corazón. Los chicos terminan con los ojos llenos de lágrimas. Malvinas es solo una excusa para generar una reacción.

Los viajes por todo el país dejan marcas para toda la vida. Los veteranos viajan en forma periódica al pueblo de Florencia, en el norte de la provincia de Santa Fe. Una maestra los llamó hace algunos años. ¿La causa? Había muchos suicidios de adolescentes. “Fuimos y les dimos las herramientas para salir adelante”, cuenta Tries. Desde entonces no hubo más casos de suicidio y sus visitas fueron declaradas de interés provincial.

La charla se repite en cárceles para darles a los detenidos pautas y la visión de una nueva vida a futuro fuera de las celdas. Pero también se traslada a empresas. La enseñanza pasa allí por el trabajo en equipo. El mensaje es el mismo que sale de las trincheras: el compañero siempre es lo más importante.

“Yo no quiero que recuperemos Malvinas, sino la Patria y la sociedad. Podemos cambiar mentes. Después habrá tiempo para recuperar las islas. Primero hay que cambiar al país. A dónde nos llaman, vamos”, concluye Tries.

Malvinas, un reclamo de más de más de 190 años

Argentina declaró su independencia de España en 1816, aunque seis antes, el 25 de mayo de 1810, había formado su primer gobierno patrio. Las Malvinas estaban, hasta entonces, bajo dominio del Virreinato del Río de la Plata, aunque con esporádicas ocupaciones militares de Francia e Inglaterra.

La nueva Nación envió un gobernador al archipiélago y una pequeña población civil. Las islas estuvieron bajo soberanía argentina hasta 1833, cuando una flota naval inglesa invadió el territorio. Desde entonces, las autoridades argentinas reclaman a Londres su devolución en todos los foros internacionales. La ONU considera al archipiélago como un territorio en disputa.

La ocupación se convirtió pronto en colonización. Los habitantes argentinos fueron expulsados y reemplazados por ingleses. Las Islas Malvinas se transformaron en las Falklands Islands, una herencia del imperio británico que aún sobrevive a pocas horas de navegación desde la costa patagónica.

La guerra de abril-junio de 1982 interrumpió el statu quo. La dictadura militar argentina que tomó el poder en el golpe del 76 estaba acorralada bajo protestas populares tras una represión ilegal que causó miles de desaparecidos.

El desembarco en las Islas provocó euforia y un auge del nacionalismo, pero pronto el conflicto bélico dejó al descubierto una cruda realidad: los “pibes” se batieron con valentía y en condiciones adversas ante uno de los ejércitos más poderosos del mundo. El conflicto duró 74 días. Murieron 649 soldados argentinos y 255 británicos. Hubo denuncias de torturas y malos tratos de los oficiales argentinos contra sus propios soldados. La derrota argentina enterró cualquier posibilidad de negociación diplomática y derivó en el fin del régimen militar.

Desde entonces nada fue fácil para los veteranos de guerra. Primero fueron “escondidos” por una dictadura en retirada que entregaría el poder el 10 de diciembre de 1983 al “padre” de la democracia argentina, Raúl Alfonsín.

Después, fueron ignorados por los primeros gobiernos democráticos. Las distintas asociaciones de veteranos estiman que entre 300 a 500 combatientes se suicidaron en los últimos 40 años, casi tantos como los que cayeron en batalla.

A lo largo de las últimas décadas, “los pibes de Malvinas” empezaron a ser reconocidos. Primero con pensiones y medallas. Luego, con homenajes. Hoy llevan con orgullo su historia y buscan transmitir sus valores y vivencias a las nuevas generaciones que no vivieron la guerra y solo los mencionan en la icónica canción nacida del fervor del Mundial de Qatar.

La Guerra de Malvinas no fue un paseo para los británicos

​Durante mucho tiempo se instaló la idea de que el Reino Unido aplastó a las fuerzas argentinas. Hoy se conoce la verdad de un conflicto que fue mucho más duro de lo que
se pensaba.

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Argentina luchó y perdió la guerra de Malvinas en 1982 con un ejército mal pertrechado y preparado. La mayoría de los soldados eran jóvenes de entre 18 y 20 años que cumplían con el servicio militar obligatorio. Apenas habían tenido unas pocas semanas de entrenamiento militar. No tenían la ropa ni el calzado adecuado para soportar el frío intenso de las islas.

 

En frente estaba el ejército británico, uno de los más poderosos del planeta y que contaba con todo el apoyo tecnológico y armamentístico provisto por su gran aliado, Estados Unidos.

 

Era una guerra perdida de antemano. La dictadura militar argentina, ya tambaleante ante una ola de protestas, creyó que la “causa Malvinas” le serviría para perpetuarse en el poder tras una represión ilegal que dejó muchos miles de desaparecidos.

 

El país era un polvorín social. Solo un día antes del desembarco argentino en las islas, miles de personas coparon la céntrica Plaza de Mayo y llegaron hasta las puertas de la Casa de Gobierno. Exigían el fin del régimen militar y una apertura democrática. Fueron reprimidos. Nadie imaginaba entonces que la dictadura tenía una última jugada desesperada bajo la manga: apelar al fuego del nacionalismo.

 

La guerra estalló sin que nadie se diera cuenta de la gravedad de la crisis que se avecinaba. Los esfuerzos diplomáticos de las Naciones Unidas fracasaron y el país quedó prisionero de una propaganda que ocultaba todas las derrotas y que hasta el último momento insistió en un latiguillo que aún hoy es un doloroso recuerdo del pasado: “Estamos ganando”.

 

La rendición de las tropas argentinas el 14 de junio de 1982, 74 días después del desembarco en las islas, fue una bofetada para una sociedad que tiene en Malvinas una causa nacional desde 1833, cuando el imperio británico invadió y expulsó a la población argentina del archipiélago ubicado a 400 kilómetros del continente.

 

Tras la derrota, los argentinos salieron otra vez a las calles a exigir el final del régimen. La democracia se decantó tras el fracaso militar que dejó una huella profunda en el país.

 

Pero el conflicto no fue un paseo para los británicos, como se instaló durante mucho tiempo en el imaginario popular cuando se disiparon las mentiras de la dictadura argentina sobre la marcha del conflicto.

 

Un viejo proverbio atribuido al general y estratega chino SunTzu, en “El arte de la guerra”, asegura: “Si quieres saber cómo te fue en la guerra, pregúntale a tu enemigo”.

 

La respuesta sorprendió a los británicos, pero no a los soldados argentinos.

 

El general de división británico Julian Thompson, quien peleó en Malvinas al frente de la 3° Brigada de Comandos de Infantería de Marina, fue contundente: “Ninguno de los integrantes de la Brigada había estado nunca de acuerdo con los puntos de vista esgrimidos en el muy elevado nivel en Gran Bretaña acerca de que los argentinos echarían a correr en cuanto aparecieran los británicos”. 

Incluso, otros oficiales advirtieron que pensaron en la posibilidad de una derrota:

“Estábamos de acuerdo en que cualquier daño de importancia a los portaviones Hermes e Invencible (nuestro vital segundo puente) muy probablemente nos obligaría a abandonar por completo la operación”, aseguró el comandante de la flota británica, almirante Sandy Woodward, en sus memorias de la guerra “Los cien días”.

Woodward fue más allá. Se preguntó por qué el mando militar argentino no intentó destruir uno de los portaviones. “Si se perdía el Invencible, la operación se vería peligrosamente afectada. Si se perdía el Hermes, la operación fracasaba irremediablemente. Un torpedo, una bomba perdida o un misil que diera en el blanco, hasta un simple accidente de importancia a bordo, podía hacer peligrar todo”, detalló.

En ese caso, escribió, “la guerra se habría terminado”.

Michael Clapp, jefe de operaciones anfibias, concordó con esa visión. Con un solo portaviones no se hubiera podido sostener la campaña. Las fuerzas británicas no hubieran contado con plataformas para sus helicópteros ni para los poderosos aviones de combate Harrier.

Además, existía una dificultad adicional: los tiempos. La estrategia militar preveía que el desembarco debía concretarse antes del 25 de mayo para concluir la campaña a fines de junio, en pleno invierno austral. Si la guerra se extendía, según advertían los expertos, la Argentina obtendría una ventaja vital para ganar el conflicto.

Thompson fue directo: “Siempre estuvimos superados en número tanto en el aire como en tierra hasta el final de la guerra. El control del aire no se arrebató por completo al enemigo hasta el final”, dijo.

De hecho, las fuerzas británicas sufrieron graves pérdidas de buques y equipamiento técnico durante distintas batallas. La lista es extensa: fueron hundidos el HMS Sheffield, HMS Coventry, HMS Ardent, HMS Antelope, RFA Sir Galahad y Atlantic Conveyor.

El Sheffield fue incluso el primer buque de guerra británico alcanzado por un misil desde el final de la Segunda Guerra Mundial. “Fue un fuerte impacto para todos”, señaló Woodward.

“Fuimos afortunados de no haber tenido un número de bajas más abultado”, afirmó Thompson. Para el almirante británico los argentinos podrían haber ganado la batalla naval. Incluso detalló que en un primer momento la aviación argentina había tomado ventaja sobre la flota británica.

Woodward, en su diario del 12 de junio, dos días antes de la rendición argentina, precisó las pérdidas de las fuerzas británicas: “Dos destructores hundidos, tres seriamente dañados; dos fragatas hundidas, dos seriamente dañadas; un barco de carga hundido; dos naves de desembarco hundidas, una seriamente dañada”. 

Pero hubo más detalles que dicen por sí solos que la guerra hubiera tenido otro destino si la Argentina hubiera tenido un mejor armamento. De hecho, casi la mitad de las bombas lanzadas por sus aviones de combate no estallaron a pesar de dar en el blanco.

“Si hubiesen explotado nos hubiesen derrotado”, ya que se habría perdido el doble de buques de guerra, anfibios y mercantes, admitió Woodward. 

Los oficiales británicos destacaron además otro punto que muchas veces se deja de lado en este conflicto. Los soldados argentinos demostraron valentía y astucia en el combate, en especial los pilotos de la Fuerza Aérea y la Aviación Naval, claves en el desarrollo de la guerra.

“La habilidad de los bombarderos argentinos para volar a través de nuestras defensas desafiaron todas las tácticas esperadas” e “infligieron grandes daños a nuestras naves”, escribió Woodward.

El Reino Unido ganó la guerra. Argentina vive con esa herida abierta que abrió paso a una apertura democrática con la llegada al poder de Raúl Alfonsín. Después de más de 40 años, los argentinos siguen abrazando la causa Malvinas, pero la ven hoy con otros ojos. Más allá de casos puntuales de abusos, fallas y hasta torturas, reconocen la valentía de sus soldados, en especial de esos “pibes” que pelearon de igual a igual, con todas sus limitaciones, contra uno de los ejércitos más poderosos del planeta.

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