Almagro Boxing Club
Cultura de barrio, escuela de boxeo y de vida
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El Almagro Boxing Club es la Escuela de Boxeo más antigua de Buenos Aires. Su fundación data del año 1923, época en la que destellaban las hazañas de Luis Ángel Firpo, quien tras su legendaria pelea con el estadounidense Jack Dempsey el 14 de septiembre de ese mismo año, acabada en derrota pero con sabor a victoria, propició que en esa fecha se celebre en Argentina el "Día del Boxeador", en homenaje al célebre "Toro Salvaje de Las Pampas", el primer púgil nacional en disputar un título del mundo. De hecho, se dice que luego de aquella gran pelea en Estados Unidos hizo algunas de sus prácticas en este lugar.
El barrio, cuando el boxeo estaba en pleno apogeo, tuvo en el Almagro Boxing Club un verdadero hacedor de campeones en el boxeo y en la vida. La institución fue fundada el 30 de abril de 1923, sobre la calle Bogado, en el cruce con Yatay, en un terreno adyacente a la casa que ocupaba uno de sus fundadores, don Santiago Bozzano, que junto a don Pedro Giacobone tomaron la decisión de establecer un lugar donde enseñar y formar buenos boxeadores. Los rings tenían pisos de tierra y el agua para ducharse provenía de la casa del Sr. Bozzano, que había extendido una manguera para tal fin.
Luego, la institución tuvo un traslado a la calle Cangallo, entre Pringles y Yatay. En marzo de 1942 el club pasó al actual local en Díaz Vélez 4422, desde donde hace más de 80 años se siguen formando buenos boxeadores. Es mucho lo que el club hace por su barrio, desde la organización de festivales solidarios hasta la acción directa junto con instituciones sociales de la comuna.
Por los 100 años del Almagro Boxing Club, en 2023, la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires le hizo entrega de una placa conmemorativa. No solo fue una condecoración por la cantidad de años en activo, sino también por su compromiso con la comunidad. Señalaron que el deporte es un derecho social y una herramienta fundamental para la inclusión y el desarrollo del pueblo, y estas características, el club situado en Díaz Vélez 4422 las cumple de manera denodada, día tras día.
Al acceder a las instalaciones, se toma contacto con el mundo del boxeo nada más entrar. Desde la misma puerta, mirando hacia el fondo, a lo largo del pasillo, más de una decena de bolsas cuelgan enfrentadas a una pared cubierta de cuadros. Son recortes de prensa, fotos en blanco y negro, noticias, retratos de los dirigentes, placas. “La fábrica de trompadas”, se lee, en medio de multitud de fotografías y recordatorios de tiempos pasados. Cuando se acaba el corredor, el espacio se ensancha en una explanada que se usa para hacer ejercicios, y después viene el cuadrilátero en altura, sobre la pared celeste del fondo.
El Almagro trabaja con el entretejido, con el cruce de generaciones. los profesores transmiten valores que recibieron de otros más antiguos. Que a su vez los recibieron de otros. Fernando Albelo, que trabajó más de veinte años en el club, y construyó una identidad y una dinámica que todavía se proyecta y perdura, consiguió que de aquí salieran boxeadores de renombre como Oscar Casanova y Carmelo Robledo, ganadores de medallas de oro en Juegos Olímpicos. Al primero le tocó estrechar la mano de Adolf Hitler en Berlín en 1936. Uno de los más destacados de la historia del club, fue Abel Laudonio, ganador de una medalla de bronce en Roma 1960.
Su actual presidente, Iván Agüero, define el espacio como una gran familia. “En el club no solo compartimos una velada boxística, no es solo una clase técnica de boxeo, sino una enseñanza de vida. Se transmiten esos valores, los mismos valores que nos formaron a todos. Por ejemplo, en los casos de chicos que atraviesan una situación precaria les ofrecemos la enseñanza de forma gratuita”. “Si querés hacer boxeo, pero no tenés manera de pagar la cuota, les decimos, inscríbete en el colegio, dale que te ayudamos”.
La historia de la Ciudad de Buenos Aires puede trazarse, también, a partir de la existencia de los clubes de barrio. Estos clubes históricos son verdaderos centros de formación en los que se enlaza un sentimiento de compañerismo, de arraigo y de pertenencia. “Espacios de recreación, participación, cooperación y competencia”, dice Ángel Prignano en su libro sobre clubes de barrio, espacios que construyen matrices importantes en la formación de la comunidad.
El club Almagro, en el lema de su bandera, resume toda la propuesta: “Una hora más en el club es una hora menos en la calle”. La práctica del boxeo como herramienta de inclusión social.
El gimnasio tiene horario corrido, con clases que comienzan a las siete de la mañana y otras que terminan a las diez de la noche, toda la semana. Las actividades son mixtas, sin distinción en el momento de hacer ejercicios, y las edades, totalmente diversas. Hay chicos que entrenan, y hombres de más de 70 años que también entrenan.
Se está dejando de lado la creencia de que practicar boxeo es un ejercicio violento. La práctica pone el acento en los beneficios (ordena los movimientos, incentiva los reflejos, enseña a regular la propia energía, la fuerza, la respiración) y no hace falta subirse al ring, o hacer sesiones de sparring fuertes para aprender a boxear. Se puede aprender a boxear sin lastimarse, nadie tiene por qué competir si no quiere.
Santiago Quintans
De abuelo boxeador, Santiago Quintans tuvo su primer contacto con el mundo del boxeo yendo a la Federación como aficionado. Llegó a los entrenamientos cuando tenía 14 años e hizo toda su carrera en el Almagro. Nació en Buenos Aires y es de origen español. Hoy, con 35 años, es Director Técnico de la Federación Argentina de Boxeo y padre de su primer hijo desde fechas recientes. El año 2009 fue uno de sus mejores momentos. Obtuvo el título de Campeón Nacional de Peso Medio y después se sumó a la Selección Argentina de Sarbelio Fuentes. En aquellos años declaraba: “Peleo porque me gusta, el boxeo me da felicidad”.
“Me dedico profesionalmente al boxeo. Hasta hace no mucho competí, dejé de hacerlo y ahora me dedico a enseñar”.
Es el entrenador del turno más concurrido del club, el de las 18.00 horas. Lo que distingue al Almagro, dice, “Es que se trata de un club cien por cien del palo del boxeo”. “El que entra acá sabe que está dentro de cierta mística. Es boxeo en estado puro, respiras boxeo. Tenés los cuadros, las fotos, los compañeros que también compiten”.
Actualmente, el club cuenta con un promedio de 500 socios. De los que uno de cada siete, aproximadamente, es del sexo femenino. Quintans opina que “Con el tiempo, el boxeo ha ido perdiendo ese tabú por el que se identificaba como algo solo masculino y para cierta clase social. Ahora es mucho más amplio, más inclusivo, y gracias a eso hoy en día la gente no tiene miedo a lo que es entrenarse en boxeo. Hay mucha más gente practicando y aprendiendo, creo que le da como otro empuje a las nuevas generaciones”.
Sobre las fases del entrenamiento:
“El programa consiste en un acondicionamiento físico, de entrada, un 40% de la clase, y un 60% es todo lo que es técnico. El espejo hace mucha escuela de boxeo, corrigiendo los golpes, la técnica, la parada, cómo caminar. Después, trabajos de “escuela” de combate, que es como simular un combate con ciertos ataques y cómo defenderse, con contragolpes, seguido de un trabajo de contacto, y sparring libre”.
“La gente que arranca siendo socio lo hace por un motivo recreativo y posteriormente se va estimulando y subiendo de nivel. Se va animando a más cosas, como lo que es la competencia entre interclubes. Hay chicos que además de competir en provincias han peleado en otros países: Estados Unidos, México, Brasil, Rusia, Inglaterra. Este es el club más antiguo y con más proyección de la ciudad”.
La pelea se gana en el gimnasio”, dice un conocido proverbio del boxeo
El entrenamiento del boxeador es una intensa y exigente disciplina. Tiene por objeto la transmisión de un dominio de las prácticas corporales, visuales, mentales y de esquemas del boxeo fundamentales. Sus diferentes fases se repiten día tras día, semana tras semana, sólo con variaciones apenas perceptibles. La agotadora preparación puede ser tan desgastante que hace que el combate parezca fácil en comparación y algunos consideran al entrenamiento la faceta más dura de la actividad boxística.
Entre las más frecuentes tergiversaciones, está la idea de que la formación profesional de los boxeadores consiste fundamentalmente en golpearse unos a otros. De hecho, los pugilistas pasan sólo una pequeña parte de su tiempo total de preparación frente a un oponente.
Gran parte de la sesión de entrenamiento no consiste en “trabajo en el ring”, sino en “trabajo de suelo” y “trabajo de tablas”. El entrenamiento típico está formado por los elementos básicos que cada boxeador dosifica a su gusto y necesidades del momento: sucesivamente, sombra, “golpear las bolsas”, punching-ball, salto a la cuerda y abdominales, combinaciones en el ring frente a un oponente imaginario. A falta de sparring, se puede “trabajar con las almohadillas” (disparando puños hacia guantes acolchados en poder de un entrenador que se mueve en el ring simulando a un oponente, variando los ángulos y la altura de las almohadillas y pidiendo combinaciones específicas), entre otros.
Sparring como trabajo perceptivo, emocional y físico
El patrón de formación sigue siendo el sparring. Sin práctica regular en el ring contra un oponente, el resto de la preparación tendría muy poco sentido, ya que la peculiar mezcla de habilidades y cualidades requeridas para la lucha, no puede ser montada en otra situación que no sea entre las cuerdas. La experiencia en el ring no solo amplía al boxeador la capacidad de percepción y de concentración, sino que le obliga a refrenar sus emociones, remodela y endurece su cuerpo durante la preparación para los enfrentamientos de la competencia.
Hacer sparring es una educación de los sentidos y sobre todo de las facultades visuales; el estado de vigilia que crea, desencadena una progresiva reorganización de hábitos y habilidades perceptivas. Los cortes son raros, debido a la protección de los cascos, pero los ojos morados y las narices ensangrentadas suelen ser abundantes.
Bob Dylan
Entre el anecdotario del Almagro Boxing Club se recuerda el episodio vivido con, quizá, el artista vivo más importante de la música popular. Bob Dylan visitaba la Argentina por tercera vez. Fue el 15 de marzo de 2008, esa noche iba a actuar en la cancha de Vélez ante más de veinticinco mil personas. Se sabe que él es un gran amante del pugilismo, basta recordar la canción “Hurricane”, que compuso en favor de la liberación del peso mediano negro Rubin Carter, injustamente acusado de matar a tres hombres en un bar.
Habituado a ejercitarse practicando boxeo en los gimnasios de los hoteles en los que se aloja durante sus giras, quiso, esta vez, probarlo de una forma más auténtica; mezclándose con jóvenes púgiles de los suburbios. Por lo que pidió a sus asistentes que le mostraran un club de barrio de los muchos de la ciudad.
En la mañana de aquel sábado, apareció en el Almagro acompañado de dos guardaespaldas y un traductor. En ese momento, Santiago Quintans se encontraba dentro del cuadrilátero haciendo guantes. Así lo rememora: “Dylan se calzó los guantes, trabajó un poco con su gente y cuando bajó del ring me dijo algo que no entendí. Después me explicaron que lo que había dicho fue "Good groove", y que estaba elogiando mi estilo”.
Luego tomó un sorbo de agua y vio cómo otros jóvenes se golpeaban con dureza y les dijo: “Very well boys, very well boys”.
Pero si hablamos más del futuro que del pasado, Santiago comenta: “Mi futuro lo veo acá pero también me gustaría poder enseñar en otros países. España podría ser una buena opción, me gustaría, lo he pensado mucho. Fui hace dos años, estuve como un mes recorriendo el país y vi muchos gimnasios. Me parece que allá se puede explotar mejor el boxeo, creo que están un poco más atrasados que acá en cuanto a su promoción. En Argentina es un deporte más popular. Lo tengo como una asignatura pendiente. No sé si para toda la vida, pero sí me gustaría poder experimentarlo unos años. Veo que hay material, pero que no hay el “roce” y el conocimiento que hay acá”.
Francisco, Antonella, Santiago y Gonzalo
De entre los jóvenes recientemente incorporados al Almagro Boxing Club, a los que se ha solicitado intervenir en esta historia y a preguntas sobre la nueva experiencia que están viviendo, se oyen idénticas palabras cuando hablan de aquello que más cala en sus sentimientos: compañerismo, disciplina, confianza, valores, constancia, autocontrol, cuidarte y cuidar a tus compañeros y un muy buen ambiente que les anima a continuar sin dudarlo un momento. Además de un gran sentido de pertenencia al club.
Francisco Rosales nació en Buenos Aires. Al poco de nacer, su familia se trasladó al sur, al Chubut. Allí creció, hasta que hace un año decidió volver a la capital. Hoy, con 19 años de edad, y con visible madurez, estudia la carrera de Derecho en la Universidad de Buenos Aires. Sobre su procedencia comenta: “Mi familia es toda de acá, de Buenos Aires, pero por parte de mi abuela materna soy de origen italiano, por la de mi abuelo ya más bien de origen turco-libanés, y después españoles”. “Mi abuelo boxeó como amateur durante muchos años”.
Además de quizá también por antecedentes, su inclinación por el boxeo se debe a un claro empeño por ejercitarse físicamente. “Hacía mucho tiempo que tenía ganas de hacer deporte, y en internet y redes sociales vi que el club estaba muy bien recomendado por mucha gente, y bueno, me queda muy cerca de mi casa y me mandé”. “A mí en general me gusta el deporte, pero el boxeo tiene algo particular, que es el desarrollo de uno mismo, potenciar el autoconocimiento, aprender a manejar la cabeza y las emociones, creo que ese es su mejor aspecto”. “El deporte, y el boxeo también, te aporta mucha claridad mental, concentración, temple”.
Lleva aproximadamente un año formando parte del club. En un principio sufrió una lesión, tuvo que suspender los entrenamientos por un tiempo, pero regresó en cuanto pudo. Entre otras cosas, hace hincapié en la excelencia de los profesores, “Son todos muy buenos profesionales, también el ambiente, la gente con la que compartís todo el tiempo, la gente más mayor o de mi misma edad, son un grupo muy lindo y se aprende mucho de todos”.
Para Antonella Torres, la confianza y el compañerismo son fundamentales. “Cuando entras a un lugar a entrenar, el ambiente, tener buenos compañeros, buenos profesores, que vos puedas entrar y te sientas cómoda es algo básico y acá tenemos la buena suerte de que lo tenés”. Así refiere sus primeras impresiones sobre el club una de las boxeadoras del Almagro.
Antonella viene del kickboxing. Ha competido en ambos deportes en Buenos Aires. “En realidad, empecé a hacer boxeo para perfeccionarme más en kickboxing y me gustó. Y ahí ya conocí lo que es más, las técnicas, lo que es más el entrenamiento, los ejercicios. Me encantó”, dice. “Anteriormente practicaba boxeo en otro lugar, pero al club de Almagro llevo viniendo desde hace algo más de un año. En total, unos tres años practicando boxeo”.
Nacida en Buenos Aires hace 29 años, de ascendencia española, trabaja en la parte administrativa de una obra social, cursa estudios de Psicología en la facultad de la UBA (Universidad de Buenos Aires) y es profesora de boxeo recreativo.
“El boxeo me aporta disciplina, mucha disciplina. Y confianza. Interiormente me faltaba mucha confianza y con el entrenamiento el boxeo te abre puertas a que vos mismo pienses en tu capacidad, en tus límites, hasta dónde puedes llegar y hasta dónde vos podés ser capaz de llegar”. “Vengo todos los días a entrenar, y para mí lo mejor del boxeo es que te desestresa totalmente, te relaja todo el cuerpo, en lo mental, lo físico, eso es lo mejor que tiene el boxeo”.
Como mujer marcadamente combativa, en cuanto a su experiencia en el mundo del boxeo, afirma que “Por suerte, fue muy fácil integrarme. Yo creo que hoy en día el ver boxear a una mujer no está tan mal visto como se veía antes y tampoco hay tanta diferencia. Por lo menos a mí, en mi caso, siempre me tuvieron en cuenta y nunca sentí diferencia en el trato con los demás”.
“La mujer ha crecido mucho en el ámbito del boxeo. Mis compañeras también se sienten incluidas en lo que es el grupo y en lo que es este deporte, ya sea acá o en otro lugar. Estamos más vistas, y la verdad es que eso es un gran avance y está muy bueno que puedan ver que nosotras, las mujeres, también somos capaces de llegar”, añade. “Les diría a todas las mujeres que siempre se animen a poder ir hacia adelante, que nunca tengan miedo y confíen siempre en ellas mismas”.
Oriundo de la ciudad de Buenos Aires, Santiago Miya es hijo de argentinos, de Catamarca, de origen español por parte de madre, y por el lado paterno sus abuelos son japoneses. Se inscribió en el club en febrero de 2023. Como muchos de los socios integrantes del Almagro, con ímprobo esfuerzo compagina trabajo, estudios y entrenamiento.
Sobre sus inicios cuenta: “Conocí el club porque tiene mucha historia acá en la capital. Nunca había hecho boxeo y quise arrancar, y pensé que este era el lugar por la cantidad de gente que tenía”.
A sus 26 años, reparte su tiempo trabajando en una empresa papelera y estudiando guitarra en la Escuela de Música de Avellaneda, más las horas de entrenamiento. Para lo que se requiere no poca determinación en su afán por lograr objetivos. Según él, el boxeo te cambia la vida. “Me ha enseñado muchos valores, que creo que son necesarios: el compañerismo, disciplina, una vida más saludable, más ordenada. Me ayudó mucho”. “Lo comento con mis amigos y están orgullosos del cambio que hice y me alientan, me dicen que si es lo que me gusta, que continúe adelante. Y me siento representado por el club. Eso es importante”. “Para mí lo mejor del boxeo es que aprendes a tener disciplina, a cuidarte y a cuidar a tus compañeros. Lo peor quizá sea el desgaste físico”.
Aunque reconoce que después de una sesión “terminas matado”, sabe que la condición es fundamental para el rendimiento, que es necesario trabajar duro en el gimnasio para entrar en el ring en la mejor forma posible. A lo que imprime todo el tesón del que es capaz.
“Pienso continuar con el boxeo, quiero pelear, pero no sé bien hasta dónde llegaré, hasta lo que pueda alcanzar”.
Con solo 16 años, Gonzalo Insaurralde es uno de los más jóvenes miembros del Almagro Boxing Club. “Mi vida ha cambiado para mejor, ya que tengo metas y eso siempre es bueno”; es lo que recalca para expresar su vivencia en el club. De padres argentinos y abuelos paraguayo e italiano, empezó en el boxeo a los 15. Sigue estudios de Secundaria. “He pensado en trabajar, pero no me da tiempo porque vengo al club desde las cuatro o cinco de la tarde para adelante”. Lo que en buena parte significa cierta renuncia a otras actividades más propias de una edad en la que no es habitual imponerse metas. Hacerlo, como es su caso, le enriquece.
Según dice, “El club me lo recomendaron por vía familiar. Tengo una tía que trabaja a dos cuadras, en una peluquería, y me dijo que sabía de un club de boxeo súper bueno y me interesé, vine a ver y me gustó. Es un lindo club, la verdad”.
Como uno más, ejecuta sus ejercicios de forma inmune al cansancio. Como si incluso el adiestramiento en sí fuese también un desafío. El deseo de superación marca el ritmo en los entrenamientos.
En otro orden, “Yo destacaría el club de forma muy positiva. Hay mucho compañerismo, profesores muy buena onda. Aprendes muchas cosas nuevas, te enseñan valores, disciplina, constancia, y bueno, muchas cosas para aprender”.
“Lo que más me gusta del boxeo es el competir porque vos te preparás para competir y vas escalando niveles. Por ejemplo, primero haces sparring, después amateur, luego profesional. Es muy emocionante. Yo destacaría eso. Hace poco participé en mi primera exhibición y pronto estaré en otra. Vinieron mi papá y mi hermano a verme y a apoyarme”.
El Boxeo es una escuela de paciencia, disciplina y perseverancia. Y el gimnasio es la forja en la que nace el púgil, el taller donde se fabrica ese cuerpo-arma y escudo que él lanza al ataque en el ring, donde se pulen las habilidades técnicas y los saberes estratégicos que hacen al combatiente completo.
Los jóvenes que se inician en este noble deporte, como Gonzalo, Santiago, Antonella y Francisco, encaran ante sí un largo camino que recorrer. En ellos, y en el resto de sus compañeros, con mayor o menor compromiso en su dedicación, se percibe un deseo común que no expresan con palabras, pero estas serían:
“Larga vida a la gran familia del Almagro Boxing Club”