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Historia
El inicio del fileteado se origina en los carros grises, tirados por caballos, que transportaban alimentos como leche, fruta, verdura o pan, a finales del siglo XIX. Una anécdota, relatada por el fileteador Enrique Brunetti, cuenta que en la Avenida Paseo Colón, que en aquel entonces era límite entre la ciudad y su puerto, existía un taller de carrocerías en el que trabajaban colaborando en tareas menores dos niños humildes de origen italiano que se convertirían en destacados fileteadores: Vicente Brunetti (quien sería el padre del mencionado Enrique) y Cecilio Pascarella, de diez y trece años de edad respectivamente. Un día, el dueño les pidió que dieran una mano de pintura a un carro, que en aquel entonces estaba pintado en su totalidad de gris. Tal vez por travesura o solo por experimentar, el hecho es que pintaron los paneles del carro de colorado, y esta idea gustó a su dueño. Más aún, a partir de ese día otros clientes quisieron pintar los paneles de sus carros con colores, por lo que otras empresas de carrocería imitaron la idea. Así, según lo manifestado por Enrique, se habría iniciado el decorado de los carros; el siguiente paso fue colorear los recuadros de los mismos empleando filetes de distintos grosores.
La siguiente innovación fue incluir carteles en los que figuraban el nombre del propietario, su dirección y la especialidad que transportaba. Esta tarea era en principio realizada por letristas franceses que en Buenos Aires se dedicaban a pintar letreros para los comercios. Como a veces la demora por la inclusión de esas letras era grande, el dueño del taller de Paseo Colón encargó a Brunetti y Pascarella, que habían visto cómo hacían la tarea los franceses, que realizaran ellos las letras. Destacándose Pascarella en la tarea de hacer los denominados firuletes que ornamentaban los carteles y que se convertirían en característicos del fileteado.
Al pintor que decoraba los carros se le llamaba fileteador, pues realizaba el trabajo con pinceles de pelo largo o pinceles para filetear. Esta es una palabra originaria del italiano “fileto”, derivada del latín filum, que significa hilo o borde de una moldura, refiriéndose en arte a una línea fina que sirve de ornamento.
El fileteado nació como un oficio, un medio de vida y una forma de difundir mensajes y vender mercaderías, en la Buenos Aires de fines del siglo XIX, a través del uso de un diseño estético particular que combinaba letras, imágenes y diseños ornamentales, realizados en determinados soportes. Desde entonces, los historiadores del mismo sostienen que fue denominado fileteado porteño, haciendo alusión a una adaptación propia del contexto urbano, conjugando lógicas locales con técnicas o inspiraciones traídas por inmigrantes italianos. Durante el transcurso del siglo XX, cambiaron las técnicas, los objetivos y las representaciones sobre ese antiguo oficio, al mismo tiempo que la transmisión oral de generación en generación realimentó el interés por la actividad desde diferentes rincones de la ciudad y del país, contribuyendo a que el mismo continúe manteniéndose latente.
Pasó a ser entendido o definido, por sus protagonistas, como por quienes escribieron o legislaron sobre este oficio, como una técnica pictórica ligada al espacio del arte y la enseñanza o como una práctica asociada a lo urbano, a lo porteño y a lo popular. Los principales historiadores, en gran parte fileteadores, han buceado en notas periodísticas y, en particular, en los relatos orales registrados en el siglo XX, que fueron transmitiendo historias y leyendas, luego volcadas en textos sobre los posibles comienzos del mismo, devenido en arte en el siglo XX, declarado en 2006 Patrimonio Cultural de la Ciudad de Buenos Aires y Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO el 1º de diciembre de 2015.
A partir de la narración oral de aquel episodio, se instituyó el origen del fileteado porteño y del oficio del fileteador. Sin embargo, el fileteado se identificará como una forma singular de “arte popular porteño”, emergente de la ciudad de Buenos Aires, estrechamente unido, en sus comienzos, a la decoración de vehículos. Al respecto, podría pensarse que la palabra “popular” hace referencia a un origen vinculado al mundo del trabajo y a sectores sociales subalternos e inmigrantes que se ganaban la vida en los ámbitos de la ciudad de Buenos Aires ligados a los mercados centrales (donde se comerciaban bienes de consumo diario), a las carrocerías y al puerto. También puede pensarse en el uso del término popular porque era algo con lo que los porteños convivían cotidianamente en algunos contextos. No obstante, esta definición quizá esté asociada a la incorporación de imágenes, refranes y figuras de personajes conocidos, en el ámbito porteño.
Los carros tirados por caballos que solían transitar los mercados porteños, como el mercado del Abasto y de Boedo, entre otros, darían cuenta de que el filete porteño cargaba con frases acuñadas por la “sabiduría popular” que expresan la coyuntural y cambiante idiosincrasia porteña.
Este pintoresco retrato de las imágenes que se amalgamaban a los carros pintados en conjunción con frases y refranes populares, cambiaría en la década de 1940, con la aparición de nuevos vehículos que lentamente irían sustituyendo al carro tirado por caballos.
En 1963, tras la prohibición de la tracción a sangre, la técnica se trasladaría a los vehículos motorizados, especialmente a colectivos públicos y camiones. Así, el filete readaptó su soporte y comenzó a implementarse en diferentes tipos de rodados como colectivos y camiones. El Fileteado adaptaría nuevos estilos y diseños al ser incorporado a los colectivos de pasajeros. Esto debido a que los colectiveros rechazaban las flores, principal marca de distinción de los carros y camiones verduleros. Frente a ello, hubo que incorporar distintas formas y colores y así fue cómo la tipografía gótica comenzó a tener un protagonismo mayor. La carrocería del colectivo, por otra parte, ofrecía paneles más grandes en donde los fileteadores podían escribir el nombre de la empresa. Asimismo, el transporte público incorporó leyendas de la fraseología popular como, por ejemplo: “si quiere viajar mejor, córrase al interior”, “no gustan las mentiras, pero vivo del boleto” o “nena qué curvas y yo sin frenos”. Como los fileteados eran realizados en los vehículos de transporte pertenecientes a particulares, debían amoldarse a las exigencias de sus dueños. Tanto estos como los fileteadores eran muchas veces inmigrantes, en su mayoría italianos y españoles, de condición humilde. Por esta razón, los motivos del decorado solían aludir a deseos y sentimientos similares, relacionados con la nostalgia que sentían por su patria de origen y el agradecimiento y esperanza en mejorar sus condiciones de vida en el nuevo país con el duro trabajo de cada día.
Inicialmente, se trataba de líneas muy finas que cubrían los paneles de los vehículos o separaban dos colores diferentes en sus costados. Más tarde se sumaron nuevos elementos decorativos y se perfeccionaron las técnicas. Fueron surgiendo distintos motivos que conformaron un variado repertorio que caracterizará a este género. Se incorporaron flores, volutas, hojas de acanto, cintas argentinas, bolitas, líneas rectas y curvas de diferentes grosores que se van combinando con escenas campestres y personajes populares, como la Virgen de Luján y Carlos Gardel. Los colores utilizados son muy vivos y la pintura que se utilizaba es el esmalte sintético, que resiste al tiempo y a la intemperie, teniendo en cuenta que este tipo de arte circula en los vehículos de la ciudad.
Surgieron entonces especialistas habilidosos como Ernesto Maggiori y Pepe Aguado, o artistas como Miguel Venturo. Miguel estudió pintura y mejoró la técnica, siendo considerado por muchos fileteadores como el pintor que dio forma al filete. A él se le debe la introducción de pájaros, flores, diamantes y dragones en los motivos y el diseño de las letras en las puertas de los camiones: ante el pago de impuestos si los carteles eran demasiado grandes, Miguel ideó hacerlos más pequeños pero decorados con motivos simétricos, formando flores y dragones, para que fueran más llamativos, diseño que se mantuvo por mucho tiempo.
Los años finales de la década de los 60 y los de comienzos de los 70 fueron de gran esplendor para el fileteado pues, además de los buenos maestros en este arte, existían grandes camiones y colectivos en cantidad.
La escultora argentina Esther Barugel y su esposo, el pintor español Nicolás Rubió, fueron los primeros en realizar una investigación minuciosa sobre la génesis del fileteado; organizaron el 14 de septiembre de 1970 la primera exposición del filete en la Galería Wildenstein, en Buenos Aires, y su inauguración convirtió esa fecha en el “Día del Fileteado Porteño”. A su vez, el estudio desarrollado fue plasmado en el libro “Los Maestros Fileteadores de Buenos Aires”, editado por el Fondo Nacional de las Artes.
Ya prácticamente no existían tablas fileteadas de la época de los carros. La exposición, en la que destacó el fileteador Carlos Carboni, fue un éxito e hizo que la gente de la ciudad comenzara a apreciar aquello que veía cotidianamente circular por las calles, pero a lo que nunca había prestado especial atención.
A pesar de que la exposición le dio un gran impulso al género, ya que era la primera vez que el fileteado pasara a las galerías de arte, nada pudo evitar su ocaso. Gran parte de esta decadencia se debió a una Ley promulgada en 1975 (Ordenanza de la S.E.T.O.P. Nº 1606/75 actualizada a junio de 1985 y recientemente derogada) que prohibía el fileteado de los colectivos en la Ciudad, argumentando que producían confusión en los pasajeros al momento de tener que leer los números y recorridos de los mismos. A esto se sumó, con la crisis económica, el cierre de la mayoría de las fábricas de carrocerías que mantenían a los fileteadores como empleados y la muerte de muchos de los maestros y artesanos del gremio que no formaron discípulos.
La prohibición y decadencia del fileteado hizo que este arte pasara a ganar otros espacios y otros soportes. Continúa así la exposición de obras de arte de fileteado en galerías y museos. Las obras expuestas en aquella primera exposición del 14 de septiembre de 1970 se encuentran hoy en poder del Museo de la Ciudad. Asimismo, se comenzó a usar en la decoración de objetos, en el lenguaje publicitario y en el bodypainting, entre otros soportes. Además, el fileteado fue adquiriendo una gran significación y pasó a convertirse en el emblema iconográfico que mejor representa a la Ciudad de Buenos Aires.
Maestros
Entre los mejores exponentes de este arte (Maestros Fileteadores, citados por los estudiosos Nicolás Rubió y Esther Barugel), se encuentran los primeros fileteadores: Salvatore Venturo, Cecilio Pascarella, Vicente Brunetti, Alejandro Mentaberri, Pedro Unamuno, y el renombrado Miguel Venturo; a una segunda generación pertenecen Andrés Vogliotti, Carlos Carboni, León Untroib, como maestro de fileteadores, precursor de la utilización del filete en la decoración de diversos objetos y gráfica publicitaria, los hermanos Bernasconi, Enrique Arce, Alberto Pereira, Ricardo Gómez, Luis Zorz y Martiniano Arce, destacándose este último como un renovador al utilizar por primera vez el fileteado porteño como pintura de caballete y obteniendo a lo largo de su trayectoria un sólido reconocimiento en el terreno del arte.
Y ya como pertenecientes a una última generación, cabría distinguir a Jorge Muscia, Alfredo Genovese, Elvio Gervasi, Miguel Gristan, Adrián Clara, José Espinosa, Alfredo Martínez, Sergio Menasché y Memo Caviglia, quien fue el primer presidente de la Asociación de Fileteadores.
Mujeres que tomaron los pinceles
La presencia de mujeres en el ámbito del fileteado porteño se registró por primera vez a finales del siglo XX, a cien años de existencia de esta práctica artística y popular. Si bien es posible considerar que algunas mujeres intervinieron en diversos procesos de producción, no se ha encontrado documentación certera que valide este presunto histórico.
Desde sus comienzos, y como ya se ha mencionado, el ejercicio del fileteado se desarrolló principalmente en espacios masculinizados, como lo fueron las fábricas de carrocerías y los talleres mecánicos, donde se desempeñaron mayoritariamente artistas varones. En este sentido, la enseñanza de la técnica del filete se transmitió de artistas experimentados a sus discípulos en estos mismos lugares de trabajo y en grupos reducidos. En la década de 1990, los artistas fileteadores comenzaron a dictar clases en talleres abiertos a la comunidad como una nueva posibilidad laboral. Esta modalidad de enseñanza permitió a las mujeres estudiar la técnica tradicional y desarrollarse profesionalmente.
En los años 90 por el oficio transitó otra nueva crisis. La llegada de la tecnología del plotter posibilitaba la impresión de grandes carteles a un bajo costo, desplazando de esta manera el trabajo artesanal de fileteadores que se dedicaban a la cartelería. Pero, paradójicamente, dichas condiciones adversas estimularon que algunos fileteadores comenzaran a dar clases fuera de sus espacios de trabajo y que un gran número de hombres y mujeres quisieran aprender a desempeñarse en esta técnica. Algunos de los pocos que orientaron a los más jóvenes fueron Luis Zorz, Ricardo Gómez (el primero que comenzó dictando talleres a mujeres, en Parque Avellaneda), Alfredo Martínez y Genovese, este ya hacia fines del siglo XX.
De sus resultados y su integración gradual en el género dio cuenta la exposición de 2003 en el Museo de Arte Popular José Hernández, en la que participaron Nora Ábalo, Patricia de Luca Carro, Dora Scardino, María Eugenia García, María Rosa Ledesma. Ellas también se rindieron al filete.
Aquello generó que se comenzaran a integrar mujeres en la capacitación del oficio, el cual históricamente había sido desarrollado exclusivamente por varones. Consecuentemente, a partir de ese entonces, la práctica del fileteado se transformaría abriendo nuevos caminos para la primera generación de mujeres fileteadoras.
Encuentros y Asociación de Fileteadores porteños
En agosto del 2012, surgiría el Primer Encuentro de Fileteadores porteños en el Cine El Plata, situado en el barrio de Mataderos. En el encuentro se realizaron charlas, clínicas de fileteado y conferencias por parte de destacados expositores, como también mesas de trabajo e intercambio, donde se manifestaron conclusiones y nuevos proyectos. Asimismo, se presentó una gran cantidad de artistas, tanto jóvenes exponentes con nuevas visiones e ideas, como también grandes maestros con un gran caudal de experiencia. A partir de aquel primer encuentro se crearía el impulso de nuclearse para comenzar a gestionar y posteriormente, en 2013, fundar la Asociación de Fileteadores. Aquello sucedería con el propósito de crear un organismo capaz de promover la preservación del oficio mediante la gestión de proyectos culturales que apoyen el desarrollo y difusión del filete porteño como patrimonio cultural.
De esta manera, la Asociación de Fileteadores nace con el fin de generar un espacio propio para incentivar la continuidad del filete, a través de muestras, cursos, seminarios, eventos y todo aquello que asimismo genere apoyo a los fileteadores en el desempeño de su quehacer. Así es que, hasta la actualidad, la Asociación y sus participantes se organizan para producir contenidos aplicables a políticas culturales que den respuesta a las necesidades de la comunidad de fileteadores y fileteadoras. Para ello, se gestionan, elaboran y promueven proyectos sociales, educativos y culturales que tengan incidencia en políticas públicas capaces de promover la formación, investigación y divulgación de conocimiento en el campo educativo y que a su vez fomenten el interés nacional e internacional hacia el conocimiento y valorización del filete. Esto ha conllevado el cambio de soportes, la presencia en galerías de arte, en el muralismo o el tatuaje, en las murgas y en los medios publicitarios.
Marcelo Sainz
En la mítica Avenida Corrientes se encuentra, aunque de forma provisional, el taller de la Asociación de Fileteadores donde Marcelo Sainz imparte clases a sus alumnos. Nacido en Buenos Aires, con 58 años, y socio fundador de la Asociación, de muy joven se formó técnicamente en el grafismo publicitario y con el tiempo empezó a interesarse por el arte del fileteado. Aprendió sus rudimentos con el maestro José Espinosa. Tras un largo periodo de práctica, ha participado en diferentes muestras colectivas y desde hace una buena cantidad de años se dedica profesionalmente a este arte, además de la docencia del mismo.
La evolución de esta forma decorativa en sus distintas épocas es algo por lo que siente una mayor inclinación al hablar de su trabajo: “Uno de los aspectos que principalmente ha marcado esa evolución ha sido la capacidad de los fileteadores de adaptarse a los nuevos soportes. Obviamente por razones de necesidad. Con el progreso los objetos a decorar fueron cambiando, y en la actualidad también las técnicas son otras”.
“El tatuaje y el muralismo se encuentran entre ellas”, señala. Pero siguen aplicándose a casi cualquier tipo de superficie; vidrio, madera, metal… Incluso en los bombos de las murgas de carnaval y los estandartes. Muchos locales comerciales y de hostelería de la ciudad lucen sus nombres a modo de fileteado, componiendo una interesante fusión que une tradición e innovación.
Al taller donde dicta las clases acuden jóvenes y adultos de ambos sexos que de forma paciente perfeccionan su técnica. Marcelo comenta que “Este es un espacio abierto, hay quienes vienen por curiosidad u hobby y quienes buscan formarse para una salida profesional”. Parece evidente que de cualquiera de las formas son muchas las horas que hay que invertir para alcanzar suficiente destreza.
En cuanto a la comercialización de su trabajo, encargos y ferias en las que viajeros y turistas son los compradores más habituales con los que obtener ingresos. “Aunque dada la complejidad y el tiempo invertido en cada obra, además de los materiales, los precios no siempre están a niveles populares”, afirma. “Puntualmente, se reciben convocatorias para exponer en museos. Y en otros países también se interesan por este arte. Recientemente, instituciones culturales de China adquirieron toda una colección de obras de fileteado”.
Un arte popular, un medio de comunicación social y un medio de vida en el que la implementación de clases para su enseñanza por la Asociación de Fileteadores constituye una herramienta capaz de motivar su preservación, así como su transformación y adaptación.
El arte de los “costados sentenciosos”, como tan acertadamente lo describiese Borges, sobrevive en Buenos Aires al envite del tiempo. Es, al fin y a la postre, como un buen tango: siempre atrae la atención de quien posa en él sus ojos.
Fuentes: Manuela Schweitzer - Universidad Nacional de San Martín