Inmigración en Argentina
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A partir de que hombres y mujeres, reunidos en bandas nómadas, se desplazaron desde el corazón de África para poblar el mundo entero, el viaje pasó a formar parte de las prácticas de individuos y sociedades. La historia del continente americano está atravesada por las migraciones: desde el temprano poblamiento hace más de 40.000 años, pasando por el proceso de conquista y colonización europeos a partir del siglo XV, el gran trasvase de población producido durante los siglos XIX y XX hasta nuestros días.
La Revolución Industrial provocó cambios que afectaron la vida de millones de personas y trajo aparejada la necesidad de los países europeos de expandirse fuera de sus fronteras en busca de fuentes de materias primas, mercados para sus productos y nuevas tierras para una población que crecía como nunca antes. Por ejemplo, entre 1820 y 1924 cruzaron el océano entre Europa y las Américas 55 millones de personas. La Argentina fue uno de los destinos elegidos.
¿Por qué millones de personas desde principios del siglo XIX emigraron masivamente, dejando sus países de origen para establecerse en tierras lejanas?
El crecimiento de la población en Europa estaba dejando sin tierras a las nuevas generaciones de agricultores, en tanto América requería mano de obra para el campo, los ferrocarriles, las nuevas fábricas y los servicios en los ámbitos urbanos. La posibilidad de acceder a la tierra, los mejores salarios y la esperanza de ascenso social o las posibilidades de vivir en libertad y paz fueron, y siguen siendo hoy día, un poderoso atractivo para lanzarse al desafío de encontrar otro lugar en el mundo.
Cada proceso migratorio responde a diferentes realidades, motivaciones, marcos legales, coyunturas históricas. Sin embargo, cada migrante -ayer y hoy- ha de transitar por una serie de momentos y experiencias comunes: desde la decisión o necesidad de salir de su lugar de origen hasta la elección de un destino, la obtención de los recursos para llevar a cabo ese traslado, el ensayo de estrategias y la activación de redes que le faciliten la inserción para llegar finalmente al arraigo y, con él, al establecimiento de marcas de identidad que pueden leerse como puentes entre el sitio de origen y el de arribo.
Las razones que marcan la decisión de abandonar el sitio de origen son numerosas y responden a distintas dimensiones políticas, sociales, económicas, culturales y personales en cada momento histórico. Los estudiosos de la inmigración han establecido algunos patrones de elección, modos que se repiten en diferentes puntos del globo donde haya movimientos de población. Uno de ellos es el de las cadenas migratorias, las redes y los patronazgos. Una red de sociabilidad puede ser la familia o los amigos y conocidos, un pariente o paisano, establecido en el otro lado, que manifiesta la necesidad de contar con una persona o grupo de personas de confianza para algún trabajo donde mejorar las condiciones de vida. A partir de ese momento se pone en marcha el intercambio de información que culminará con la partida de los que acepten la invitación. Unos hicieron uso de las redes, otros llegaron traídos por empresas de colonización con la esperanza de transformarse en propietarios de una parcela de tierra.
¿Cómo se combinaron los factores estructurales, las condiciones de los países de origen y de destino con las estrategias de los propios migrantes, es decir, cómo decidían emigrar en función de sus proyectos, de la información de la cual disponían y de sus relaciones sociales primarias: amigos, parientes, paisanos?
En primer término, las circunstancias internacionales durante ese período hicieron posible la emigración de europeos hacia América. Los rasgos particulares que tuvo la "gran emigración" fueron en cierta medida la continuación de una movilidad geográfica anterior, dentro de Europa, pero que presentó características que la convirtieron en un fenómeno diferente, por la masividad del fenómeno, y por la preeminencia de destinos más allá de los océanos.
Desde esta perspectiva, fueron diversas las vías por las cuales los emigrantes potenciales obtenían noticias de las posibilidades que ofrecían los eventuales países de destino, y opciones concretas a partir de las cuales tomar sus decisiones. Por un lado, la información proporcionada por agentes del gobierno, de las compañías de colonización o de las compañías de navegación, y de aquella que los emigrantes obtenían a través de sus relaciones con parientes, amigos y vecinos. Por otro, de las propias redes utilizadas por los migrantes en función de objetivos prácticos como la obtención de trabajo y alojamiento.
Asimismo, las motivaciones que empujaron a abandonar la patria, incluso en el cuadro predominante de la pobreza y de la ausencia de ofertas satisfactorias, podían ser varias: el deseo de mejorar las propias experiencias profesionales; la búsqueda de ahorros para impedir la proletarización del grupo familiar en el pueblo de origen; o el malestar por una marginalidad social o política sin perspectiva de adecuadas salidas locales, en comparación con ocasiones más apetecibles en otros lugares y demasiado a menudo largamente ensalzadas.
¿Cuáles fueron los países desde los que partieron más emigrantes?
Durante los primeros decenios del siglo XIX, la emigración del noroeste europeo se dirigió a América del Norte, lo que ayudó a consolidar el origen anglosajón ya instalado en aquellas tierras del nuevo mundo. Los flujos menos intensos, procedentes de España, Italia, Portugal y, en menor medida, de Polonia y Rusia (que tomó importancia luego de que Estados Unidos cerrara la inmigración a estos grupos en 1921) se concentraron en América Latina, manteniéndose una característica diferenciación en la población de las dos áreas americanas.
Desde la segunda mitad del siglo XIX los principales países de emigración fueron los de Europa del Sur -Italia y España- y de Europa centro-oriental, zonas que adquirieron una neta predominancia en los movimientos transoceánicos, incluidos aquellos hacia Norteamérica. La revolución en los transportes marítimos, favorece un éxodo desde Europa de proporciones gigantescas. La producción industrial del mundo aumenta siete veces en este período, permitiendo una fuerte acumulación de capital y la progresiva conformación de un mercado mundial.
Los economistas del siglo XIX, a diferencia de los del siglo precedente, que consideraban negativamente los procesos migratorios, los ven ahora de modo positivo, como instrumento para descargar las poblaciones excedentes y las tensiones sociales en otros territorios, así como para crear nuevos mercados. Se suelen considerar predominantes en esta fase los factores de atracción para la formación de un verdadero mercado internacional del trabajo. También Argentina y el Brasil adoptarán, a partir de los años ochenta, políticas gubernativas e incentivos dirigidos a atraer trabajadores europeos para el desarrollo de sectores enteros de su economía. Durante los últimos veinte años del siglo, los dos países latinoamericanos, logran absorber más de un quinto de toda la corriente migratoria europea.
El viaje de los emigrantes
Durante toda la segunda mitad del siglo XIX y hasta la Primera Guerra Mundial, los emigrantes se dirigían a los distintos puertos según la cercanía respecto a sus lugares de origen y a las facilidades que las distintas compañías ofrecían. Partían mayoritariamente de Génova, Trieste, Nápoles, El Havre, Burdeos, Hamburgo, puertos españoles. La emigración masiva fue un negocio muy lucrativo para las compañías de navegación. Los armadores lograron obtener bajos costos de transporte reduciendo la tripulación, sirviendo comida de escasa calidad, ofreciendo a los emigrantes espacios reducidos y precarias condiciones de higiene a bordo. Los testimonios de los protagonistas y de los médicos y funcionarios destinados al control sanitario ofrecen una imagen dramática del viaje, acechado por enfermedades e incomodidades.
Las precarias condiciones de las naves llevaron a las autoridades de los diversos países a regular los aspectos sanitarios del viaje, concentrando su atención en los requisitos que debían cumplir las naves, para evitar la aparición y difusión de enfermedades infecciosas. La voluntad de los gobiernos por garantizar buenas condiciones sanitarias contrastaba con los intereses de las compañías de navegación. Para las compañías, el objetivo era el de embarcar el mayor número de pasajeros, sin respetar las disposiciones legales. El viaje se transformaba para los emigrantes en una pesadilla de gentío, de malos olores, de exceso de frío o de calor, según las estaciones, y más en general de intolerable promiscuidad.
Las diferencias sociales se hacen evidentes desde el momento del embarque en los buques. Edmundo De Amicis ha dejado un dramático testimonio de ello en su libro Sull'Oceano. Dice De Amicis: "El contraste entre la elegancia de los pasajeros de primera clase, los guardapolvos, las sombrereras, junto a un perrito, que atravesaban la multitud de miserables: rostros y ropas de todas partes de Italia, robustos trabajadores de ojos tristes, viejos andrajosos y sucios, mujeres embarazadas, muchachas alegres, muchachones achispados, villanos en mangas de camisa. Como la mayor parte habían pasado una o dos noches al aire libre, amontonados como perros en las calles de Génova, no podían tenerse en pie, postrados por el sueño y el cansancio. Obreros, campesinos, mujeres con niños en sus brazos, chicuelos que tenían todavía sobre el pecho, la chapa de metal del asilo donde había transcurrido su infancia, sacos y valijas de todas clases en la mano o sobre la cabeza; Fardos de mantas y colchones a la espalda, y apretado entre los labios el billete con el número de su litera. …Dos horas hacía que comenzara el embarque, y el inmenso buque siempre inmóvil. Pasaban los emigrantes delante de una mesilla, junto a la cual permanecía sentado el sobrecargo, que reuniéndolos en grupos de seis, llamados ranchos, apuntaba sus nombres en una hoja impresa para que con ella en la mano, a las horas señaladas, fueran a buscar la comida a la cocina…”
Etapas de la inmigración
En Argentina hasta 1880, a través de las políticas de poblamiento, se intentó promover la agricultura, la ganadería y la red de transportes, para luego industrializar el país. Dentro de la heterogeneidad de la corriente inmigratoria, casi la mitad provenía de Italia, especialmente del sur, y una tercera parte de España. Luego de 1880, comenzó la segunda etapa. A partir de aquí se buscó mano de obra para una producción agrícola-ganadera masiva, pero pocos inmigrantes lograron ser propietarios. Ante el fracaso del plan de adjudicación de tierras en propiedad, el inmigrante se transformó en arrendatario o peón y buscó asilo en los centros urbanos. Así, las políticas de poblamiento fracasaron. Igualmente, al ser la inmigración mayoritariamente masculina, se ocupó de actividades rurales, favoreciendo el desarrollo de una economía agrícola que permitió que el país se convirtiera en el principal exportador de trigo en el mundo cuando, hasta 1870, la Argentina lo importaba.
Tras la crisis mundial de 1929, la inmigración hacia Argentina proveniente de Europa y otros orígenes de ultramar, comenzó a reducirse drásticamente. A partir de la Segunda Guerra Mundial se observan cambios importantes en los patrones migratorios a nivel internacional. En el sur de América Latina comienza un crecimiento de las migraciones internacionales de carácter regional. La última oleada, menos importante en su magnitud, se produjo entre 1948 y 1952, finalizando así con el largo período de emigración europea transcontinental como fenómeno masivo.
Por el contrario, la inmigración originaria de países limítrofes, se mantuvo relativamente estable a lo largo del siglo XX, a la vez que aumentó la corriente migratoria proveniente de otros países latinoamericanos cercanos, entre los que se destaca Perú, de países asiáticos, principalmente China y Corea del Sur, y de países de Europa del Este.
Los inmigrantes y sus lugares de origen
La inmigración italiana fue la más numerosa en el periodo de la gran ola inmigratoria y conserva hasta la fecha haber sido la más numerosa e importante en la historia del país. En la Argentina es una de las comunidades extranjeras más representativas del país desde el siglo XIX a la actualidad. Se estima que unos 25 millones de argentinos son descendientes completa o parcialmente de italianos. Es por esto que la cultura argentina tiene una enorme influencia de la cultura italiana. El lenguaje, las costumbres, los gustos, las tradiciones, llevan sus huellas. Es en 1870 cuando comienza el gran flujo de inmigrantes, y la llegada de italianos se extiende hasta 1951.
Fueron diversas la causas de emigración del pueblo italiano hacia la Argentina. Entre otras principalmente debidas a motivos económicos y ligadas también a procesos de evolución en la economía europea, la unificación italiana afectó especialmente al sur del país.
Nápoles perdió su estatus de capital y numerosas personas quedaron sin trabajo. Con la unificación del país, el norte de Italia asumió el poder económico más importante en Italia. La Italia unida inicialmente no tuvo una infraestructura estatal capaz de resolver los problemas locales de los ciudadanos, y fue dominada por corrupción, desempleo, y desigualdad entre las clases sociales, una situación que existió y que continúa parcialmente existiendo en algunos sectores de la sociedad italiana, haciendo que muchos italianos decidieran buscar oportunidades en otros países.
Podemos considerar que se formaron cinco grandes categorías ocupacionales: agricultores, jornaleros, artesanos, comerciantes, profesionales liberales. En los primeros momentos de la corriente inmigratoria, los datos brindados por los inmigrantes de su actividad ocupacional muestran que era nulo el número de personas desocupadas. En el siglo XX comienzan a aparecer contingentes sin ocupación (entre 10% y 15% de la población mayor de 16 años), llegando a un 20% en los años de la guerra y el fascismo.
En 1870, las condiciones rurales en España (jornales magros, crítica situación económica) más las posibilidades que otorgó el gobierno del país para emigrar favorecieron quizás una mayor emigración en diferentes sectores. El flujo inmigratorio se prolongó hasta 1952, pasando el período de posguerra civil.
Los gallegos y los catalanes se radicaron, en general, en la ciudad de Buenos Aires y de Rosario. Los meridionales, en Santa Fe, Mendoza, Río Negro, Entre Ríos, dedicándose principalmente al trabajo rural en las plantaciones. Los valencianos fueron a Corrientes y a Misiones. Los asturianos se instalaron en las provincias andinas, en el noroeste del territorio argentino. Los andaluces se dedicaron, mayormente, a la horticultura. Los vascos, por su parte, se dedicaban a la cría de ganado ovino y en especial a la salazón de carnes y la industria de productos lácteos.
En 1889 se crea una comisión para defender y fomentar la inmigración española: la Sociedad Hispano-Argentina, protectora de los inmigrantes españoles. En 1895 los españoles representaban el 5% de la población; para 1914 ya eran 830.000 (10% de la población nacional). Debido a la Primera Guerra Mundial, la inmigración empieza a decaer.
Aproximadamente a partir del año 1920, el nivel ocupacional de los españoles se concentró en la industria manufacturera, el comercio minorista, preferentemente en la rama de bares y restaurantes, almacenes y en los servicios comunales.
Si bien no se poseen datos fehacientes sobre los años de arribo, se puede señalar que entre 1846 y fines del siglo XIX, ocurrió la gran inmigración judía. Una corriente de judíos, cuyo número se desconoce, llega al país desde Alemania y se asientan en Buenos Aires. En el año 1853, comienza la existencia del judaísmo argentino como comunidad.
La zona de proveniencia fue principalmente Europa Occidental, sobre todo Alemania y también Rusia y Rumania. Las causas de la emigración se deben principalmente a las políticas opresivas (el zarismo del Imperio Ruso) o situaciones de crisis que ponían en riesgo la base económica de las familias judías. La discriminación (antisemitismo) que recibieron los judíos en Europa durante el período de entreguerras (Primera Guerra Mundial y Segunda Guerra Mundial), especialmente por el nazismo, fue el motor para que embarcaran hacia los Estados Unidos y América del Sur.
Los inmigrantes judíos al llegar a Argentina, trabajaron como agrónomos y viñateros en Mendoza, y como ingenieros en Tierra del Fuego. Otros desempeñaron cargos obreros, estancieros e industriales. En 1887 y 1888 llegaron a Argentina muchos judíos que se dedicaron a la artesanía y a la agricultura. En cada colonia la explotación agrícola se adapta a las condiciones especiales de la zona donde se encuentra. La explotación es mixta, basada en la agricultura, apicultura, horticultura, etc., y en la cría de ganado con sus derivados.
Siendo estas tres comunidades las más representativas en número de inmigrantes en esas épocas, muchos y de muchos más países arribaron a la costa argentina; albaneses, alemanes, austriacos, estonios, letones, británicos, polacos, rusos, ucranianos, japoneses, búlgaros, croatas, eslovenos, serbios, coreanos, franceses, chinos, gitanos, húngaros, irlandeses, portugueses, noruegos... La mayoría de los que llegaban eran alojados en el llamado Hotel de Inmigrantes, donde se les proveía de las primeras atenciones.
El Hotel de Inmigrantes
Para los recién llegados se estipulaba alojarlos en una casa cómoda y alimentarlos por 15 días mientras buscaban trabajo. Un grupo llegado de Gran Bretaña fue el primero en usar esos servicios en unas habitaciones en el convento de los Recoletos. Ese fue el primer hotel de inmigrantes. En 1905 se aprueba la construcción del último y más importante hotel de inmigrantes, que hoy es museo y centro de arte.
El predio elegido para plantar la réplica fue la Dársena Norte, entre Puerto Madero y Retiro. Eran seis hectáreas de tierra aislada y baldía. Lo primero que se levantó fue el desembarcadero, inaugurado a fines de 1907. Después, varios pabellones donde funcionaban un hospital, un depósito de equipajes, una oficina de correos, otra de trabajo y dependencias administrativas, con un Banco Nación incluido. Para el final quedaron el comedor y los dormitorios. El proyecto, que había sido programado para ser terminado en veinte meses, se prolongó por seis años. Se inauguró en 1911 por el presidente Roque Sáenz Peña, manteniéndose en activo hasta 1953.
Museo de la Inmigración
Lo que fue el hotel, hoy día alberga al Museo de la Inmigración, creado en 1974, y el Centro de Arte Contemporáneo, inaugurado en 2012. Mantiene viva la memoria y la historia de los inmigrantes que llegaron a la Argentina desde Europa, Asia y África durante los siglos XIX y XX. Y es también una forma de reflexionar y celebrar a quienes continúan llegando a Buenos Aires desde distintos puntos de la región y del mundo.
Este lugar destaca la importancia histórica, cultural, social y económica de la inmigración. Uno de sus rasgos más interesantes es que presenta al público la experiencia de la migración en sus diferentes etapas: el viaje, la llegada, la inserción y el legado.
Migrar
Migrar activa numerosas cuestiones personales y colectivas. Entre otras, convierte a cada hombre o mujer en un “recién llegado”, en un “otro”, alguien diferente que ha de aprender, quizás, una nueva lengua, adaptarse a otras prácticas sociales y culturales, adquirir otro trabajo, otros hábitos, en el camino que lo llevará a integrarse en el lugar elegido. Este, a su vez, se verá modificado por el flujo de los grupos que, desde distintos orígenes, se van mezclando. En este sentido, las distintas corrientes inmigratorias modelan notablemente la conformación de la población y la cultura de nuestro país. Buenos Aires se erige en centro receptor y desde aquí muchos van al interior en busca de posibilidades de trabajo y progreso. La inserción, sin embargo, no está exenta de tensiones.
Por ejemplo, en el caso de la inmigración histórica, el origen europeo no los eximió de calificaciones despectivas; “gallegos” y “tanos” como, por otra parte, “turcos” (como aglutinante de poblaciones árabes) y “rusos” (eufemismo para la población judía) son descriptos genéricamente como ignorantes e incultos, entre otros adjetivos. Si bien para los sectores dirigentes la inmigración europea iba a mejorar al país con su trabajo y su cultura, la introducción de ideologías anarquistas y socialistas y las prácticas de lucha sindical hicieron emerger actitudes xenofóbicas creando la figura del “mal” y el “buen” inmigrante de acuerdo con los términos que se utilizaban en sectores reaccionarios y anti populares de nuestro país.
Entre tanto, los inmigrantes construyeron redes de solidaridad por colectividades: crearon instituciones de ayuda mutua, centros culturales, asociaciones, clubes, escuelas, hospitales, etcétera, en busca de preservar su identidad de origen y sus tradiciones. Será la generación de los hijos de estos inmigrantes la que se irá integrando a través de la educación, del servicio militar obligatorio y, luego de la ley Sáenz Peña, de la participación política.
En la actualidad, la afluencia de personas de los países limítrofes, así como la presencia sostenida de los procedentes de Europa, Medio Oriente, Asia y África enriquecen la diversidad presente en la sociedad argentina.
Uno de los principales factores de cambio que dio lugar a la transición desde la Argentina tradicional a la moderna fue la inmigración. Y sin ella no es posible comprender la Argentina contemporánea. No hubo otro período en el que la proporción de extranjeros en edad adulta haya sido tan significativo; por más de setenta años, el 60% de la población de la Capital Federal y casi el 30% en las provincias de Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe, eran inmigrantes. La europeización del país y la modificación del carácter nacional, tan anhelados por la élite política del momento, se tradujo en una política inmigratoria abierta.
El remanido concepto de que los argentinos descendemos de los barcos, en lugar de ostentar una historia propia y milenaria fue utilizado a veces como un desmérito, cuando por el contario, debería enorgullecernos. La frase marca una falsa contradicción ya que, si bien provenimos de distintos orígenes, todos asumimos la historia y la utopía de nuestra América. Reivindicar la inmigración es también reparar en la capacidad de nuestra tierra y de nosotros, sus hijos, para integrar nuestros acervos enriqueciéndonos.
La Nación Argentina se formó por el acuerdo y deseo de integración de las distintas regiones que la componían y que desde el momento constitutivo apelaron al llamado a todos los hombres del mundo, y así fue como, desde los distintos confines se acercaron hombres y mujeres en busca de la libertad, el trabajo y bienestar que no encontraban en sus patrias de origen.