La Feria de San Telmo
historiasAweb
Hay un San Telmo de entre semana y otro que se viste de gala todos los domingos. En la Plaza Dorrego, corazón del barrio, se monta un fascinante mercadillo de antigüedades famoso más allá de las fronteras argentinas. Atiborradas de gente, la plaza y las calles aledañas son una fiesta para los sentidos. El mercado se extiende por Humberto Primo y Defensa hasta el Parque Lezama y parte del Pasaje Giuffra. Los puestos ubicados sobre la plaza son mayoritariamente de anticuarios, mientras que los que se encuentran en la calle Defensa venden artesanías y objetos “raros”. En las esquinas se baila tango, se escuchan músicos ambulantes, artistas callejeros montan su espectáculo, artesanos llegados del interior argentino y países de Latinoamérica ofrecen sus creaciones sentados en la calle.
La Feria de San Telmo, en un principio llamada, la Feria de Cosas Viejas y Antigüedades de San Pedro Telmo, se creó en 1970 por iniciativa del arquitecto José María Peña, que en ese momento era Director del Museo de la Ciudad de Buenos Aires. En aquellos años en toda la ciudad de Buenos Aires, tal y como explica el arquitecto, solo había un anticuario y los mercados de pulgas eran algo totalmente insólito y desconocido. San Telmo era, en ese momento, un barrio totalmente deprimido con varias ordenanzas de ser demolido y la feria solo tenía un objetivo: generar movimiento de personas y dinero en un espacio de la ciudad olvidado que merecía ser atendido.
Para hacer el mercado, la organización tenía que conseguir como mínimo 30 personas interesadas en poner un puesto y para conseguirlas decidieron publicar anuncios en diferentes periódicos diciendo: “¿Quiere vender sus cosas viejas? Hágalo en una plaza. Informes Sarmiento 1551”. A los 3 meses de esa historia, la feria ya tenía los 270 puestos que tiene actualmente y el éxito fue tan rotundo que actualmente hay gente que espera durante años para conseguir un espacio.
Cuanto más viejo, más vale
Visitar la feria de San Telmo es como retroceder en el tiempo, porque la sensación que se tiene al hacer este recorrido es la de estar en medio de mucha historia reflejada por tantos objetos antiguos. Puertas, antigüedades, lámparas viejas, relojes sin uso, radios, televisores blanco y negro, cámaras de fotos, banderas, sifones de soda, mates, espejos, juguetes viejos que alegraron a varias generaciones, discos de pasta, tocadiscos, radios y fonolas viejas, algún acordeón, cristalería y platería de principios del 1900, alfombras, mantillas y viejos vestidos de novia. Todo vale. Los retratos de Gardel y Evita asoman en casi todos los puestos. Las letras de tango o viejas fotos de principios del siglo veinte ganan todas las miradas. Incluso los platos, cuchillos y tenedores de época, de la abuela o del tatarabuelo. A diferencia de lo que hoy ocurre en el mundo, aquí cuanto más viejo, vale más.
Los artistas callejeros son otro de los atractivos de la feria. Los hay por montones, para todos los gustos: mimos, actores disfrazados de inmigrantes o personajes de época, tangueros, malevas y guapos del '900 e incluso algunos que, haciendo de sí mismos, despiertan la curiosidad de los transeúntes. También es un escenario vibrante para la música, el tango y la danza. Músicos callejeros llenan el aire con notas de guitarra, bandoneón y percusión, creando una atmósfera llena de encanto y nostalgia. Los bailarines de tango toman las calles y las plazas, invitando a los visitantes a sumarse a la pasión y la elegancia de este baile tradicional argentino. La música y el tango se entrelazan para transportar a los visitantes a otra época. San Telmo no ha renunciado a su espíritu bohemio, los artistas todavía lo consideran su hogar y los cafés, bares y salones de tango son santuarios apartados de la modernidad del exterior.
La Feria de San Telmo es mucho más que un mercado al aire libre. Con sus calles empedradas y sus edificios coloniales, el barrio de San Telmo es uno de los lugares más antiguos y pintorescos de la ciudad. Un lugar donde el pasado y el presente se entrelazan, donde la historia y la cultura se celebran en cada rincón. Al caminar por sus calles, es inevitable sentir la energía de aquellos que pasaron por allí hace décadas, dejando su huella en el tiempo. Es una experiencia única que te conecta con la esencia de Buenos Aires y te permite sumergirte en su historia.