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Es el paseo más tradicional de la capital argentina. Decenas de teatros y librerías se acumulan en poco más de un kilómetro. Un centro comercial a cielo abierto que atrapa a turistas y noctámbulos.

 

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La avenida Corrientes está atravesada por luces y sombras. Este tradicional paseo que cruza Buenos Aires simboliza todo el contraste de una ciudad que siempre quiso ser europea, pero que terminó por abrazar a dos mundos separados por un océano.

Las horas no pasan en sus aceras gastadas por crisis que vuelven a anidar en cada nueva generación. Allí, en sus baldosas, sobreviven los sueños de millones de inmigrantes españoles, italianos y de Europa del Este que moldearon la Argentina.

Ni la pandemia ni la inflación la han doblegado. Se reinventa a sí misma a cada paso. Se niega a perder su magia y despliega en cada esquina sus trucos de seducción. El viejo centro de Buenos Aires ya no monopoliza la noche porteña. Otras movidas nocturnas como el distrito “cool” de Palermo, le quitaron su reinado, pero la vieja avenida mantiene su hechizo.

Son 7 kilómetros de extensión, acompañados por la línea B del metro, desde el tradicional barrio de Chacarita hasta el modernísimo Puerto Madero. En su primer tramo, el menos turístico, atraviesa los barrios de Villa Crespo y Almagro, el antiguo Abasto con su impronta tanguera heredada de Carlos Gardel y el caótico y comercial barrio de Once, que una vez fue cuna de la comunidad judía y hoy alberga a las nuevas camadas de inmigrantes con sus costumbres y tradiciones. Allí reina el bullicio de los vendedores ambulantes.

Once es un enorme bazar. Los viejos locales de tiendas de telas, regalos, zapatos, prendas deportivas, accesorios electrónicos y adornos, se suceden a cada paso. Corrientes y sus calles aledañas son los pasadizos de un enorme hormiguero. Allí se consigue de todo y a precios muy económicos, incluso en grandes cantidades. La calidad sucumbe ante la cantidad de ofertas de toda clase de productos para los sectores populares. 

Luego la avenida se interna en el circuito turístico: atraviesa el barrio de Congreso y desemboca en lo que los bonaerenses llaman “el Centro”. Allí se ve lo mejor de Corrientes.

Pocas avenidas en el mundo concentran tantas librerías. Hay veinte en poco más de un kilómetro, entre la calle Ayacucho y la 9 de Julio, esa avenida que los porteños afirman con orgullo que es “la más ancha del mundo” y que alberga al tradicional Obelisco.

Las librerías no compiten entre sí. Se unen en un canto de sirenas para los amantes de la lectura. Se apiñan una tras otra. Llega a haber cuatro en 100 metros. Allí se encuentra de todo. Best Sellers, libros viejos, usados, agotados, joyas perdidas en algún anaquel oscuro, ejemplares autografiados por su autor, caros, baratos, otros casi regalados, ofertas, pilas de libros que convocan a cientos de argentinos en sus estrechos pasillos a toda hora del día y hasta altas horas de la noche. Perderse en estas librerías de usado es una experiencia maravillosa. Son una marca registrada. Buenos Aires es una de las ciudades con más librerías del mundo. Solo en la capital hay casi medio millar.

Shows de tango, recitales internacionales, obras comerciales y del circuito “underground” concentran una riquísima oferta teatral que nada tiene que envidiar a las mejores plazas del mundo. Con unas 400 obras en cartel y 187 salas, Buenos Aires está a la altura de Nueva York y París. La avenida Corrientes es la capital del teatro porteño.

También hay fechas icónicas para recorrer la zona. En un fin de semana de marzo, en la avenida se celebra “La Noche de las Librerías”. Allí, a lo largo de un kilómetro, famosos escritores dan charlas de manera libre y gratuita. Las librerías sacan sus libros a la calle y el paseo se transforma en un fenómeno cultural único.

Avenida Corrientes, sus personajes y sus historias

La avenida es un mundo moldeado por personajes que no cambian por nada esta parte esencial de una de las ciudades más seductoras de América Latina. Allí convergen los más variados personajes. Desde los oficinistas de clase media hasta los nostálgicos que van en busca de un pasado que, como dice el tango “Volver”, regresa a enfrentarse con sus vidas.

Todos la sienten, a su manera, intensamente. Poetas de café, lectores, taxistas, artistas y comerciantes. Nadie es ajeno a su encanto.

Mirta Contrera, una ávida lectora, jubilada, de 70 años, está vinculada a Corrientes de toda la vida. “De chica veníamos mucho al centro. Los sábados íbamos al cine. Salíamos bien arregladitos los viernes y sábados para venir al centro”, dice.

Durante muchas décadas los porteños iban al centro para ir al cine. Las salas se concentraban en la calle Lavalle, paralela a la avenida. Eran decenas de locales apilados en apenas medio kilómetro. Hoy apenas sobrevive un puñado. Las salas se mudaron a modernos shoppings, entre ellos el Abasto, sobre la misma Corrientes y construido sobre un viejo mercado de frutas y verduras donde solía pasearse Carlos Gardel.

Mirta extraña los cines. Pero cree que la zona ahora está mejor. Según dice, después de la pandemia, recobró el movimiento. “Hay muchos turistas y se abrieron nuevos comercios, restaurantes y bares”. Pero las heridas aún son visibles. En la avenida se ven locales vacíos, como herencia de una crisis que nunca se aplaca.

Ella es una enamorada de las librerías: “Están todas agrupadas, de libros usados, de libros nuevos. La gente de Buenos Aires es muy lectora. Los jóvenes se inclinan ahora por lo digital, tablets y otros dispositivos, pero para mí no hay como el papel. Tiene otro atractivo”. Los libros han aumentado muchísimo de precio: “Se han ido al doble. La mayoría vienen importados de España. Muchos no se encuentran, los tengo que comprar en plataformas digitales y me los traen a los 30 días”. Los libros son uno de los grandes placeres de los porteños. Incluso, esta mujer que no cambia Corrientes por nada del mundo, tiene una tarjeta de descuento de una de las librerías más tradicionales. Mientras más compra, más barato le sale el próximo ejemplar.

Sin hijos y con una vida tranquila, confía en el país, pero no tanto en los políticos y mucho menos en un año de elecciones como 2023 en que los argentinos elegirán a un nuevo presidente. “No soy una persona ni demasiado optimista ni pesimista. Por los años que tengo, he vivido muchas cosas. Estoy acostumbrada a sobrevivir. Todos somos sobrevivientes en este país”.

La zona de Tribunales, a pasos de la avenida Corrientes

Delfina de la Torre es abogada y tiene 26 años. Vive en la ciudad de Tigre, en las afueras de Buenos Aires. Si bien nació en la provincia de Córdoba, en el centro del país, siente a Corrientes como parte de su vida.

Delfina lleva trabajando en la Cámara Civil desde 2017. Es un tribunal de apelaciones. A su despacho llegan cuestiones de índole patrimonial y de familia que han sido apeladas en primera instancia por alguna de las partes. “Nosotros resolvemos esos casos que se someten a consideración del tribunal”. Tiene su despacho en un antiguo edificio de la calle Lavalle. En el fuero civil hay 110 juzgados repartidos en la zona de Tribunales donde, en la misma avenida, también se encuentra el Colegio de Abogados.

La mayoría de los empleados llega en el subte. Allí convergen las estaciones “Tribunales” de la línea D y “Uruguay”, de la B, que atraviesa de punta a punta Corrientes. El movimiento de gente comienza muy temprano. Ella entra a las 7:30 y trabaja seis horas. No se queja: “Mi salario es razonable y se ajusta al horario, cantidad de trabajo y dinámica laboral”.

La rutina en los Tribunales de Buenos Aires no se vive solo en los viejos edificios que rodean el antiguo e imponente palacio. Los abogados y funcionarios recorren la zona de despacho en despacho y colman sus bares y restaurantes. En sus viejos cafés se han discutido estrategias de miles de juicios, incluso las condenas a las juntas militares, como muestra una escena de la película “Argentina 1985” nominada a un Oscar.

Algunos de sus amigos eligieron emigrar en búsqueda de un futuro mejor. “Mucha gente, sobre todo jóvenes, se han ido del país. Tengo varias amigas en España. Pero yo elegí inscribirme en un posgrado de derecho de familia. Espero alcanzar esa especialización y contar con las herramientas necesarias para poder plasmarlo en mi trabajo. Quiero dedicarme a eso”.

El juego del billar sobrevive en la avenida Corrientes

La avenida da refugio a personajes únicos, de esos que no se ven en otros sitios. En sus bares se ven porteños que pasan horas con su periódico y su café. Otros se reúnen con amigos y discuten de fútbol, de religión o política. Son parte de un pasado que siempre vuelve.

Germán Bernal tiene 70 años y un hijo de 45 que vive fuera del país. Sus padres llegaron a la Argentina desde Andalucía. Es comerciante y diseñador de carteras y accesorios, pero más allá de todo tiene una pasión: el billar. “Es un hobby. Lo he practicado desde los 14 años”, cuenta.

Suele jugarlo en “La Academia”, un bar de la avenida Callao, esquina con Corrientes, a solo un kilómetro del Obelisco. Es un lugar mágico. “La Academia era uno de los lugares más concurridos hasta hace unos 10 años. Uno de los más populares. El tiempo hizo que se modifique, se redujo el espacio, pero los que conocen el lugar siempre lo visitan”.

Germán y sus amigos suelen reunirse allí o en otro bar notable, Los 36 Billares, sobre la cercana avenida de Mayo, otro de los paseos tradicionales del centro de la ciudad. “Allí se hacen torneos internacionales, aquí en la Academia ya no”, comenta. En su mirada hay algo de nostalgia por el paso del tiempo: “Muchos jugadores, personas mayores, dejaron de practicarlo por problemas de salud. A medida que uno va entrando en años se pierde el porcentaje visual y eso perjudica el juego”.

“La Academia” forma parte de la historia de Corrientes. Es uno de sus sitios emblemáticos. Incluso, la Ciudad lo declaró patrimonio histórico.

Bernal cree que el paseo cambió mucho, pero aún conserva su encanto. “Ahora tiene menos tránsito. Después de las 6 de la tarde es peatonal. Muchos comercios cerraron por la pandemia, pero de a poco se está reabriendo todo. Hay nuevos comercios. Hay gente que todavía cree que se pueden hacer cosas” en el centro de Buenos Aires.

Mientras toma el taco y se acomoda en la mesa de billar, asegura que el principal problema que tiene hoy el país es la elevada inflación que supera el 100% anual y que sofoca a los argentinos. Sin embargo, destaca que el turismo le ha dado nueva vida a la avenida. “Lo noto porque tengo un local comercial en San Telmo”, el barrio antiguo de la ciudad y “ahí los que compran son los turistas”. Desde su mesa preferida del bar, se despide con un deseo: “Este año hay elecciones y todos esperamos un cambio. Hay cosas que están resultando insostenibles”.

La visión del tango en pleno centro de Buenos Aires

A principios del siglo XX, el tango se bailaba en bares de mala muerte conocidos como “piringundines”. La mayoría se ubicaba en lo que hasta hoy se denomina la zona del “Bajo”, que incluye el sector de la avenida Corrientes más cercana al Río de la Plata. Era entonces una danza que escandalizaba a las elites porteñas. El tiempo convirtió al tango en la música típica y popular de Buenos Aires. Se crearon las grandes orquestas y el baile se diseminó por todos los barrios de la capital. Con el transcurso de las décadas, el centro se transformó en la Meca para triunfar con su paso seductor y sensual.

Los viejos bailarines soñaban con llegar a la gran avenida. Uno de ellos, Juan Carlos Copes, fallecido en 2021 a los 89 años, alcanzó ese sueño. Junto a su pareja de baile María Nieves creó el espectáculo “Tango Argentino”. El show recorrió el mundo entero.

“El recuerdo más grande que tengo de Corrientes es ir a ver a Copes”, dice Federico Cachero, de 29 años, que vive del baile junto a su compañera Emilia Auron apenas un año mayor.

A Federico se le esboza una sonrisa cuando habla de su gran ídolo: “Logró que los teatros de la avenida le dieran por primera vez lugar al tango, algo que nunca se había hecho antes, un baile social, de los clubes de barrio, estaba llegando como espectáculo a los teatros del centro”. Aquí abundan los lugares para aprender a bailar la sensual danza rioplatense. Hay numerosos salones a lo largo de la avenida o a pasitos de ella. Los nombres son reconocidos: Salón Marabú, Champagne Tango Club, Maipú, Divino Abasto, El Beso o Corrientes de tango. Los turistas no solo van a tomar lecciones. También se animan a bailar.

Federico estudió baile seis años en escuelas municipales y en los últimos tiempos se formó con los mejores maestros. Es además profesor de música, cantante, guitarrista y, por supuesto, bailarín.

Emilia, su compañera, baila el ritmo del 2 x 4 desde hace una década. Empezó a los 4 años con clases de ballet y danza contemporánea. Luego, se inclinó por el tango: “Fue amor a primera vista y acá estoy, 10 años después”. El baile le ha permitido a esta joven argentina viajar a España. Estuvo en Valencia, Madrid y San Sebastián. “A los españoles -afirma con una sonrisa- les gusta mucho el tango. Es gente muy linda, muy cálida. Me gustaría volver”.

Federico vivió en España. Pasó su infancia en Arganda del Rey y en Guadalajara. Ahora su deseo es regresar: “Para dedicarse al tango no sirve quedarse en Buenos Aires”.

El baile, dicen a coro, les cautivó. Emilia lo lleva muy adentro: “Es algo que uno empieza y no termina nunca”. Federico, a su lado, asiente: “Es para toda la vida”. Hoy en Buenos Aires es posible vivir del tango. Hay muchos salones de baile, muchos shows. Sin embargo, Federico pide un mayor compromiso de las autoridades con su baile nacional:

“Es una gran oportunidad a futuro para nuestros niños si tuvieran la chance de bailar más seguido. No tenemos una ley nacional que invite a las escuelas a enseñar nuestra danza. Las nuevas generaciones están cada vez más alejadas de la historia de nuestra cultura. No se les enseña el baile del tango”.

En Buenos Aires está la prestigiosa Universidad Nacional de las Artes (UNA, estatal) que enseña tango, pero se enfoca la carrera en la investigación. También hay escuelas municipales que forman al bailarín. Pero no es suficiente. Deben buscar a los grandes maestros para que les enseñen.

Emilia recuerda que cuando llegó a la ciudad desde su pueblo natal, Tandil, a 420 kilómetros de la capital, conoció la avenida Corrientes y quedó encandilada “con las luces y el arte”. “Hay mucha cultura. Es maravillosa. Transmite algo que es único”, afirma.

Con la pandemia el paseo entró en una grave crisis, pero el turismo volvió y recobró su esplendor. Ahora, los dos bailarines esperan que la situación económica mejore. “Lo necesitamos”.

Los taxis luchan por sobrevivir en un tránsito de locos

Buenos Aires es caótica. El tránsito la desborda. Los peatones sobreviven entre sus anchas avenidas. No tienen prioridad de paso, más allá de lo que diga la ley. Los autos y ómnibus no se detienen. En esa escenografía sobresalen los taxis, esos coches negros y de techos amarillos tan característicos de la ciudad. Los choferes son muy conversadores. Suelen hablar de todo. De política, de fútbol, de economía y hasta pueden convertirse en improvisados psicólogos.

Daniel Rodríguez es uno de ellos. Tiene 61 años y dos hijos. Su abuela nació en Pontevedra y él lleva con orgullo su origen gallego.

Antes, según cuenta, ser taxista era una actividad rentable. Pero ahora surgieron dos problemas: la crisis económica y la aparición de aplicaciones como Uber o Cabify. Mientras mira por el espejo retrovisor, se queja: “Son ilegales, es competencia desleal. Están operando de manera indebida porque los autos no están habilitados y los conductores no son profesionales. Es como si te llevara un amigo o un familiar y a los autos nadie los controla”.

Hasta hace pocos años en Buenos Aires había unos 30.000 taxis. Hoy esa cifra bajó a la mitad. Rodríguez culpa a las aplicaciones: “Nos quitan el trabajo. Solo quedamos los taxistas de vocación, los que realmente nos gusta brindar un buen servicio, legal, con seguro, con autos en óptimas condiciones y una licencia profesional”.

Pero él disfruta en esos viajes, en especial cuando algún pasajero le pide ir al centro y el taxi se adentra por Corrientes. “Es una avenida con mucha historia. En sus comienzos era angosta y de casas antiguas. Luego con los años cambió. Empezaron a aparecer los comercios de artículos de todo tipo, los cines, que ahora ya casi no existen, y también los teatros”.

Con una vida entera en el taxi, conoce bien todas las esquinas. Su oferta gastronómica, sus hoteles, pero en especial su vida nocturna. “Se la conoce como “la avenida que no duerme” porque tiene actividad las 24 horas”, afirma.

El coche avanza por Corrientes a paso lento. Entre motos y bicicletas de reparto, la avenida cobra vida. Edificios de oficinas, sedes de empresas y organismos estatales, bancos, comercios, bares. Todo se concentra en el centro de la ciudad.

Daniel sonríe y repite un refrán muy popular entre los orgullosos porteños: “Dios está en todas partes, pero atiende en Buenos Aires. La avenida Corrientes reúne toda la actividad. Todo está aquí”.

Finalmente, frena el taxi y antes de despedirse menciona sus sueños: “Mi deseo es llegar a vivir con salud, lucidez mental y ver crecer a mis hijos por el camino correcto de la vida. Además, me gustaría que mi equipo de fútbol sea campeón del mundo de clubes. Es el mismo que el del Papa Francisco. Soy hincha del San Lorenzo de Almagro”.

A su alrededor, la gente sigue su camino. Las miradas de los porteños apuntan al futuro. Las luces y las sombras de una avenida moldeada por el sol y la luna se pierden entre los pasos apurados de quienes la habitan. Buenos Aires no duerme. Siempre respira.

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