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Ya no hay que viajar más de 1000 kilómetros desde Buenos Aires para visitar una buena bodega. Nace el circuito vitivinícola bonaerense, a solo una hora en coche de la capital.

 

 

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En uno de sus sonetos más recordados, Jorge Luis Borges escribió que “el vino fluye rojo a lo largo de las generaciones como el río del tiempo y en el arduo camino nos prodiga su música, su fuego y sus leones”.

Ese caudal torrentoso que alude el genial escritor argentino es el nexo que reúne a todo un país alrededor de una mesa. Al compás del crepitar de la leña, ruge la inconfundible pasión nacional sobre las brasas de un “asado” regado de un buen vino.

Son horas compartidas con una copa en la mano. El vino es la compañía inquebrantable en cada reunión familiar o entre amigos. Hablan de fútbol, de política, de economía y están siempre convencidos de que pueden solucionar cualquier problema. No siempre lo logran, pero es un pueblo que aprendió a disfrutar de la compañía.

En Argentina el vino no se bebe: se disfruta.

Las cepas son variadas. Pero la Argentina es la tierra del Malbec, una variedad de uva morada de origen francés que adoptó a esta tierra como su propia casa. Es la joya de la enología local. Este tinto es reconocido y premiado en el mundo entero.

El Malbec está ya en el documento de identidad de todos los argentinos. Es la cepa que hizo conocido al vino nacional. Es una variedad enérgica, de un color violáceo intenso, perfumado y con taninos muy marcados. Es un vino distinto.

Andrea Donadio, ganadora del título a la mejor sommelier argentina 2022, lo resume de una manera simple: el Malbec  encontró en esta tierra un gran potencial. Se adaptó a climas secos en la región andina de Cuyo, cuna del vino argentino, y desde allí se fue expandiendo a todo el país.

“Aquí -dice esta especialista que hizo hace unos años una pasantía en el restaurante de Martín Berasategui, en San Sebastián, y que actualmente forma parte de la comisión directiva de la Asociación Argentina de Sommeliers- encontró un potencial enológico muy grande. Se alinearon muchos aspectos, como el clima, la geografía y el capital humano, para que se convirtiera en furor”.

El Malbec además es versátil. Argentina no produce un único estilo. “Tenemos regiones productoras de norte a sur y de este a oeste. Hay distintos terruños, diferentes climas. Eso nos obliga a mostrar un abanico muy amplio de variedades, todas de gran calidad”, afirma.

Pero no solo del Malbec vive el vino argentino. En los últimos años se han creado numerosas bodegas que elaboran cepas como el Bonarda, la segunda más producida en el país y que ya muchos consideran la nueva “niña mimada” de la enología nacional. Se trata de una variedad italiana que en su versión argentina tomó características similares a la rarísima uva Douce Noir, de Francia.

Otras cepas les siguen muy de cerca: el Cabernet Sauvingnon, más robusto y aromático; el Merlot, suave y con una producción aún incipiente; el Pinot Noir, terroso y con un toque ácido, y el Syrah, ligero y aromático. Entre los vinos blancos, reinan el Torrontés, la cepa más dulce; el Chardonnay, fresco y de bajo contenido de taninos, y el Sauvingnon Blanc, frutal y con buen cuerpo.

Visitas a bodegas a solo un paso de Buenos Aires

Las bodegas se han convertido en un circuito turístico visitado por miles de argentinos y extranjeros, en especial en la provincia andina de Mendoza, cuna nacional del buen vino.

Pero la industria nacional se ha extendido por nuevos territorios, como la norteña provincia de Salta, en la frontera con Bolivia, y hasta en la enigmática Patagonia, en el sur del país.

Argentina es inmensa. Se necesitan varias semanas para recorrer sus principales atracciones, desde las Cataratas del Iguazú, en la frontera con Brasil, hasta el imponente Glaciar Perito Moreno, en la austral provincia de Santa Cruz. Muchos turistas llegan a Buenos Aires y no tienen el tiempo suficiente para visitar las bodegas mendocinas, a 1000 kilómetros de la ciudad capital.

Sin embargo, una poco conocida oportunidad se abre para los extranjeros que llegan con pocos días en sus valijas para disfrutar de un buen vino en una bodega de calidad: el novedoso circuito del vino de Buenos Aires.

Se trata de un recorrido aún en construcción, que reúne a un puñado de bodegas de la enorme provincia de Buenos Aires, que rodea a la capital. Están ubicadas en distintos climas y terrenos, en la costa, en la llanura y hasta en la sierra, con distancias que llegan hasta los 600 kilómetros una de la otra.

Pero hay una muy cerca del Obelisco, el monumento tradicional de la Ciudad de Buenos Aires. Gamboa Viñas & Bodega está ubicada en Campana, un pueblo a escasos 70 kilómetros de distancia de las luces del centro porteño.

Con un muy fácil acceso por la ruta Panamericana, en apenas una hora de viaje en auto u ómnibus, se puede disfrutar de un recorrido por sus viñedos y disfrutar de una jornada que incluye degustaciones, visitas y una comida que no tiene nada que envidiarle a la tradición culinaria internacional.

El viñedo tiene 14 años de antigüedad, pero solo el año pasado se abrió a visitas del público.

Ana Paula da Cunha, gerente de Casa Gamboa y sommelier, comenta que el viñedo nació del sueño de su dueño, Eduardo Tuite Gamboa, de producir vinos en Buenos Aires.

No se trata de una zona vitivinícola tradicional. Pero había un creciente mercado turístico deseoso de visitar viñedos. Da Cunha cuenta que el turista que llega a Argentina debía recorrer muchísimos kilómetros para conocer una bodega. Ahora, ese problema ya no existe.

“Hay otras en las ciudades bonaerenses de Junín, Tandil, Chapadmalal, Sierra de la Ventana, Médanos. Pero esta es la más cercana a la capital. Somos el único proyecto que está abierto al público a una hora del Obelisco”, dice.

El circuito del vino bonaerense está en marcha. Ya se ha creado la Asociación de Bodegas de Buenos Aires y el plan ha sido respaldado por una ley provincial.

El vino bonaerense: distintos climas y terrenos para un sabor único

Pero, ¿cómo es el vino bonaerense? Da Cunha responde: “Es muy rico en cuanto a diversidad. Se produce en zonas montañosas, marítimas, rurales y hasta de llanura. Aquí hay una gran diversidad de suelo y clima. Esto hace que la experiencia sea más rica aún”.

Los argentinos están muy acostumbrados al vino mendocino. Hay un enorme desconocimiento sobre la existencia de una variedad bonaerense. Para da Cunha, “puede gustar o no, pero es un vino diferente, con otro clima y otro suelo que lo hacen único”.

Campana es una muestra de ello. Casa Gamboa, bautizada así en honor a la madre de origen vasco de su dueño, está levantada en un microclima y en un terreno con desniveles que facilitan la producción.

Por supuesto, el Malbec es la cepa más preciada en este viñedo. “El turista quiere probar Malbec. Les llama la atención su potencia, su color. Gusta mucho. Y lo más interesante es que varía su intensidad y sabor dependiendo de la zona, así que el nuestro es distinto a los demás”, dice da Cunha.

Eduardo Tuite Gamboa, dueño de Casa Gamboa, adelanta que la idea es comenzar la exportación de sus vinos en 2024. El año pasado la bodega participó en la Feria Vasca de Buenos Aires. “El País Vasco es un objetivo. Es un mercado que nos interesa”, confía.

Argentina en el mercado vitivinícola internacional

El vino argentino es conocido hoy en el mundo entero. Sin embargo, su expansión no está tan desarrollada como en el vecino Chile, el otro gran mercado sudamericano reconocido a nivel internacional.

Para da Cunha la razón es simple: “Argentina empezó tarde. Si bien llevamos muchos años de producción de alta calidad de vinos de guarda y hemos recibido premios internacionales, nos queda un gran crecimiento por delante. Empezamos tarde para abrirnos al mundo, pero se avanzó mucho en corto tiempo. Hemos logrado un gran posicionamiento y difusión. Tenemos una gran identidad”.

Hoy la industria vitivinícola argentina enfrenta grandes desafíos. La crisis económica es el principal problema para el corto y mediano plazo. El sector se ve afectado por trabas con el dólar, fuertes cargas impositivas y continuos vaivenes financieros. Da Cunha señala que tampoco se llevaron adelante políticas que faciliten la exportación.

En ese contexto, Chile lleva la delantera. Pero la competencia ha cambiado. Las bodegas se potencian cuando se entiende que sus estilos son diferentes. Cada región tiene su sello.

Para Donadio, el gran desafío que tiene Argentina por delante en comenzar a identificar los lugares de origen, como hace España. “Cada vez somos más puntillosos con el lugar, no solo con la cepa. Vamos más a fondo. El vino es lugar y la uva se expresa de distintas maneras en diferentes terruños”, dice.

En su soneto del vino, Borges entendió mejor que nadie el rol que cumple esta bebida en su país: “En la noche del júbilo o en la jornada adversa exalta la alegría o mitiga el espanto”, escribió.

En Argentina el vino también es pasión.

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