historiasAweb
Se calcula que unos 4 millones de argentinos tienen sangre vasca en sus venas. Lo que significa el 10% de la sociedad de ese país. Es cierto que el “ser vasco” va mucho más allá de la sangre y que muchos de esos vasco descendientes no saben, o no les importa saber, que sus ancestros partieron un día de El País de los Vascos para emigrar a América. Pero sin duda resulta impresionante saber que, en un sólo país sudamericano hay más hijos de vascos que en todo su país de origen.
La Nación Argentina es el país que ha recibido mayor número de inmigrantes vascos en todo el mundo. Esta inmigración llegó desde los siete territorios históricos que conforman Euskal Herria: dentro del territorio español, la Comunidad Autónoma Vasca con las provincias de Araba, Bizkaia y Gipuzkoa; la Comunidad Foral de Navarra, y dentro del territorio francés, las provincias de Lapurdi, Behenafarroa y Zuberoa.
Un poco de historia
Como sucede con todas las corrientes migratorias, el tema económico constituye el principal motivo. Hasta el último tercio del siglo XIX, en Euskal Herria el sector primario tenía un gran peso relativo. El caserío (tierras, animales, enseres, la casa en sí misma) era la base del sistema para asegurar la supervivencia y era transmitido a uno solo de sus hijos e hijas. Esto llevaba a que los demás hermanos tuvieran que buscar sus propias soluciones de vida como la carrera religiosa, marinos, etc. La existencia de pastos comunales, los arrendamientos a largo plazo y el pago de la renta en especie facilitó este sistema económico característico del régimen foral.
La Revolución francesa y el centralismo español en 1839, 1841 y 1876 abolieron el régimen foral, instituyendo normas constitucionales que imponían el reparto de la propiedad entre todos los hijos, arrendamiento anual, el pago del alquiler en metálico, privatizar los pastos comunales, etc. Con estas medidas se asestó un golpe mortal al sistema tradicional del campesinado vasco, empeorándose la situación hasta extremos críticos. A ello hay que sumar una motivación política. A partir de los años citados, se obligó a los jóvenes vascos a prestar el servicio militar (tres años como mínimo) en los ejércitos de Francia y España, algo de lo que habían estado exentos hasta entonces.
Los gobiernos argentino y uruguayo promovían la llegada de inmigrantes
En el caso de Argentina, se conocieron cuatro oleadas de emigrantes. En primer lugar, la emigración temprana (1835-1853), estuvo formada en su mayoría por vascos del norte o Iparralde (pastores). También hubo ex-combatientes carlistas que tras la derrota emigraron.
La emigración posterior a la promulgación de la Constitución (1853-1877): Aprobada la Constitución Argentina en 1853, comenzó a afluir la inmigración proveniente de Europa, entre ellos los vascos. La mayoría se radicó en la llamada pampa húmeda (provincias de Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos, Córdoba, etc.) además de en la ciudad de Buenos Aires, convertida a partir de 1880 en Capital Federal.
En 1877, el presidente Avellaneda firmó la ley de Inmigración que provocó un mayor flujo de inmigrantes. Entre 1880 y 1930 se produce la de mayor afluencia de vascos, unos 200.000. La mayoría de ellos, de Hegoalde (sur). De ellos un 60 % iba a Buenos Aires y Montevideo y de allí muchos iban a la Pampa húmeda. Esa fue la oleada más importante. La mayoría eran hombres solteros de alrededor de 20 años. A comienzos del siglo XX la mayoría eran originarios del mundo rural, pero cada vez más fueron procedentes del mundo urbano. Muchos se dedicaron a oficios artesanales y otros al pastoreo, que conocían bien, a diferencia de los naturales del país de acogida. A medida que fueron estableciéndose, muchos se enriquecieron en actividades comerciales. Hay que tener en cuenta que Argentina estaba comenzando a funcionar como Estado; todo estaba por hacer y era una gran oportunidad para gente dispuesta a trabajar.
A consecuencia de la Guerra Civil española, comienza la cuarta etapa de llegada de vascos, básicamente una inmigración debida al exilio. Esta emigración fue cualitativamente muy importante con repercusiones en el ámbito cultural argentino-vasco: creación de editoriales, revistas, nacimiento de numerosos centros vascos, folklore (danzas, coros, etc.). Después de 1950, cesó prácticamente la llegada de vascos a nuestro país.
El presidente de la Nación por ese entonces, Roberto M. Ortiz Lizardi, hijo de un emigrante vizcaíno, autorizó por decreto el 20 de enero de 1941 la entrada de vascos “sin distinción de origen y lugar de residencia”. Este trato fue una honrosa excepción para los vascos en tiempos en que la Argentina había puesto freno a la inmigración masiva. Muchos se beneficiaron con esta medida y Argentina fue en 1940 el primer país receptor.
Se situaron entre los grupos nacionales europeos que protagonizaron la fase temprana de esta nueva emigración ultramarina europea hacia América
Todos ellos ligaron en gran medida su ascenso económico a la participación en actividades ganaderas en el sector ovino, que vivía por aquellos años su época de expansión en la Pampa. Además, se integraron con fuerza en otro sector productivo, el de la producción de carne salada o tasajo para la exportación, aprovechando para ello las grandes reservas de ganado vacuno cimarrón que todavía a comienzos del XX vagaba en relativa semi libertad por el desierto pampeano.
La identificación como vascos es otro aspecto interesante que es analizable. Se refiere a la autopercepción que el grupo vasco de Buenos Aires tiene de sí mismo, y concretamente a la tendencia de mostrarse en la vida pública y privada primordialmente como vascos -antes que como españoles o franceses- lo que les llevaría finalmente a la formación de un sólo grupo o “colectividad” nacional por encima de la frontera entre España y Francia.
Comunidad vasca en Argentina
Hay centros culturales (Euskal Etxeak) en distintas ciudades, en casi todas las provincias argentinas, así como canchas de pelota vasca, restaurantes de gastronomía vasca y escuelas donde se enseña el idioma nacional, el euskera. Todos los centros del país son representados por una institución civil: la FEVA Federación de entidades vasco argentinas. Esta nació el 7 de enero de 1955 con 22 entidades, y es la mayor estructura de la colectividad fuera de Euskal Herria. En Argentina funcionan 85 Centros con un caudal societario cercano a las 15.000 personas.
La FEVA es la resultante de la evolución de las múltiples instituciones de carácter vasco surgidas a lo largo de la historia argentina a partir de la vocación de los vascos inmigrantes, sus descendientes argentinos y sus amigos y simpatizantes por unirse con un objetivo común "Vivir y transmitir la cultura vasca formando una parte esencial del pueblo argentino".
Los Centros Vascos que apoyaron esta iniciativa desde un primer momento fueron el Zazpiak Bat de Rosario, Laurak Bat de Buenos Aires, Denak Bat de Mar del Plata, Unión Vasca de Socorros Mutuos de Bahía Blanca y Eusko Etxea de Necochea.
Una de las labores más importantes que realizan estos centros en todo el mundo, es conservar los lazos de unión entre los vasco descendientes y su tierra de origen. Es importante para cualquier ser humano saber cuál es su origen y si es posible conservar conexiones emocionales y culturales con su país de origen. Una relación que además es positiva para la nación donde viven y para la nación de donde vienen, en este caso Argentina y Euskadi. Lo es, porque estas comunidades ayudan en gran medida a crear puentes de relaciones sociales, culturales y económicas que benefician y enriquecen a ambas sociedades.
Club Vasco Argentino Gure Echea
Se fundó el 10 de agosto de 1929 por un grupo de socios jóvenes de Laurak Bat que quisieron encauzar sus entusiasmos hacia el propósito de crear un nuevo Centro, que diera satisfacción al anhelo de poseer un ambiente de hogar donde al tiempo que efectuaran la práctica del deporte vasco por excelencia, la pelota dura, pudieran cultivar la amistad y el respeto que caracteriza a la familia euskalduna. En la primera Asamblea, realizada en el salón del diario “La Prensa” fueron sugeridos varios nombres para designar a la institución, aceptándose por gran mayoría la propuesta de Gure Echea (nuestra casa).
Colocada la piedra fundamental del nuevo edificio, con la presencia del Presidente de la Nación General José F. Uriburu, se pone en marcha la obra y de inmediato se plantea el problema del frontis de la cancha de pelota, procediéndose a la búsqueda de la piedra adecuada, y ante el fracaso de obtener en el país la apropiada y con las características necesarias se procedió a traerla del País Vasco, ya preparada en bloques, para empotrarla en la pared de ladrillo, la que llega en abril de 1931. Esperar tuvo su premio; Gure Echea tiene hoy intacto su soberbio frontis de piedra.
Deporte distintivo: La pelota vasca
En breve análisis de las actividades deportivas, señalaremos que a Gure Echea le cabe el particular privilegio de haber podido conservar la práctica del popular juego vasco en la modalidad del trinquete. La nómina de concursos internacionales y nacionales cuenta repetidamente con el nombre de Gure Echea como triunfador. En defensa del juego de pelota dura, como expresión deportiva típica, se organizó en el club la Asociación Argentina de Pelota Vasca.
Socios del Gure Echea, representando a la Argentina, obtuvieron títulos mundiales en los Campeonatos de Pelota organizados por la Federación Internacional de Pelota Vasca en los años 1952, 1958, 1962, 1970, 1974, 1978 y 1998, los que fueron disputados en los frontones y trinquetes de San Sebastián, Biarritz, Pamplona, Ciudad de México, Montevideo.
Existen cinco especialidades principales de la pelota vasca: pelota mano; pelota paleta, muy popular en nuestro país; cesta punta; frontenis; y share o xare, una de las más minoritarias. El club cuenta con escuela de pelota xare y de pelota paleta. Además también dispone de una pileta semi olímpica en donde se dictan clases de natación para adultos y niños. Tres veces a la semana hay clases de Gimnasia Acuática Localizada.
Hugo Sutton. Presidente de Gure Echea
Considera al club como su segunda casa. Hugo Sutton, abogado, nos cuenta su larga experiencia en la gestión de Gure Echea desde poco después de 1972, año en el que ingresó como socio. “Nuestra máxima diversión era jugar a la paleta y ejercitar la natación en la pileta, es de muy fácil acceso en la ciudad, ya que está ubicado en el centro de Buenos Aires. Y al frontón se le podía llamar, como si dijéramos, la catedral de la pelota paleta y de la pelota dura”.
“Con el tiempo, y a partir de mi crecimiento dentro del club y mi crecimiento profesional, me fui integrando de a poquito a las funciones directivas como vocal suplente, y así, durante los últimos veinte años aproximadamente he ido cumpliendo distintos cargos; de vocal titular, secretario, vicepresidente y presidente”, comenta.
Nos dice que ahora se siente un poco mayor, a sus 79 años, pero también se siente bien acompañado de una nueva generación en la comisión directiva. “En la última asamblea ha habido una renovación, salvo en mi caso que me mantuve como presidente, para una nueva etapa con gente joven de alrededor de 40, 50 años, profesionales, que me acompañan en la gestión. Sobre todo tienen una gran vocación por la pelota paleta y así hemos desarrollado una gran actividad en la pelota rioplatense”.
El club se ha significado por sus muchos triunfos, básicamente con la pelota dura. Ya sea share o la paleta corta. Ha habido campeones mundiales muy destacados.
Hugo Sutton tiene claro el concepto de la comunidad vasca en cuanto a valores y forma de vida, por haber pertenecido a este club durante tantos años y haber compartido la comisiones directivas con 10, 15, 20… directivos vascos. “Si bien yo soy de origen escocés, y criollo por parte de mi madre, tengo dentro de mí el concepto del juego limpio, el fair play, de la honestidad, del valor de la palabra. Lo que más me anima a sentirme agradecido de estar en el club Gure Echea es haber aprendido las costumbres vascas y la manera de conducir un club, con una rectitud absoluta, donde acá lo más importante es la parte deportiva, el jugar siendo muy correcto dentro de la cancha, con las peleas propias del deporte, pero que después se terminan en una mesa nocturna con una buena cena y unos buenos vinos”.
Tienen una estrecha relación con otros centros vascos, tanto de Argentina como de otros países. En fechas recientes la Fundación Juan de Garay convocó a los clubes vascos a un almuerzo de camaradería y se estrecharon aun más los vínculos. Entre otros proyectos a futuro está el de estudiar la posibilidad de promover intercambios de jugadores entre Euskal Herria y Argentina para participar en torneos conjuntos, así como adecuar las condiciones de iluminación del frontón del club para retransmisiones de partidos de pelota por televisión.
El presidente del club Gure Echea considera la situación actual del mismo como óptima para su continuación. Últimamente se ha organizado una Copa Federal y se invitaron a clubes de origen vasco de la provincia de Santa Fe, Entre Ríos y del interior de la provincia de Buenos Aires.
“En el club las decisiones siempre se han tomado por unanimidad. Nunca ha habido decisiones entre mayoría y minoría, siempre se ha caracterizado por la confraternidad entre los socios, compartiendo ideas siempre sobre el deporte”.
Aportes a la cultura porteña
Los vascos se destacaron en diversos ámbitos sociales, culturales y políticos de nuestra Ciudad. Entre sus aportes más importantes podemos destacar la introducción a nuestro país de su deporte nacional: la pelota vasca. Su práctica se amplió en forma masiva no solo a vascos y descendientes, convirtiendo a la Argentina en uno de los países que más practica este deporte en el mundo.
Por su parte, la inmigración política del siglo XX dio un impulso enorme a la difusión cultural, que alcanzó su punto máximo en las décadas del 40, 50 y 60. Estos vascos realizaron un gran aporte institucional a través de su actividad personal. La comunidad vasca tuvo entre sus descendientes a 12 presidentes de la Nación, cientos de ministros, legisladores, gobernadores, gran cantidad de jueces, intelectuales, deportistas y nada menos que dos premios Nobel: Bernardo Houssay y Federico Leloir Aguirre.